El retiro de Héctor Larrea: la última lección de la voz que acompañó a los argentinos durante 60 años

El sueño del pibe cumplido, un consejo de Antonio Carrizo, un debut en Radio Antártida. De Bragado a la gran ciudad, secretos y perlitas de un camino que lo convirtió en prócer de la radiofonía.

“Usted es la cocina de mi vieja en Fiorito”, le decía Diego Maradona, con quien compartía fecha de cumpleaños. De Fiorito a La Quiaca, la voz de Héctor Larrea nos atravesó a los argentinos. Cuántas vidas alcanzadas en unas cuerdas amables: las vidas de los obreros de la fábrica, las de los ejecutivos de un imperio, la de los chicos somnolientos rumbo al colegio. En la mañana fresca y temprana como una rosa, un duendecito frágil, chiquito, hoy llora.

Este miércoles 30 se despide del aire la gran garganta argentina. La que en 100 años de radiofonía argentina trabajó 60, la que funcionó como despertador, la que zamarreaba sin gritos, como esas madres que levantan con suavidad, para hacernos cruzar de la orilla onírica a la de la vigilia.

El museo de voces argentinas tendrá el timbre de Larrea flotando para siempre. Rapidísimo quedará como patrimonio, pero también Gardel por Larrea (los domingos, por Nacional), y todas esas charlas al aire sobre Abelardo Castillo, sobre Atahualpa Yupanqui, sobre los dobles cuánticos. Dice Larrea que cree en esa teoría de "un ángel de la guarda metafísico" que se adelanta en el tiempo y vuelve a decirnos qué hacer: el suyo le pidió "detenerse a tiempo, con dignidad y altura, en el mejor momento". 

Imagine una vida laboral que arrancó en una propaladora, un carrito con megáfono traqueteando por Bragado y adyacencias, y que en 2020 le permite llegar a Finlandia con un clic: "Es demasiado tiempo, demasiados paradigmas, demasiada información", nos hace entrar en razón "Hetitor", desesperado por explicarnos: la quietud puede ser un paraíso merecido; el reposo, un premio.

Larrea de niño, en Bragado.

 

-¿No tiene miedo al vacío?

-No. O no lo sé. El sentido de la vida sigue siendo una incógnita para mí. Pero estoy convencido de esta decisión: los médicos me hablaron del estrés que me produce seguir en movimiento y la decision fue en conjunto con ellos y mis hijas. Todo fue ganancia, de lo que me llevo no me podrán sacar nada. Con esto que tengo dentro voy a vivir lo que me queda de vida. Prefiero irme en plenitud, antes de empezar a decir pavadas.

Larrea se enoja poco. Al menos públicamente. Los "berrinches" tienen que ver, tal vez, con la comparación: formaba parte de una radio elegante, en la que el manejo del lenguaje y las orquestas monopolizaban el aire. Se despide ahora en una radio más precaria, pero a la vez infinita en posibilidades, democratizada por el podcast y tantas otras tecnologías. "Siempre voy a pensar que en este medio la vulgaridad es pecado".

​Fue en los '80 que sucumbió "a lo berreta" y ahora se ríe de esa concesión. Cuenta la leyenda que se negó ofuscado a la oferta televisiva de conducir Seis para triunfar, en el 11. Terminó reventando el rating, vendiendo espacios publicitarios "a roletes" y eternizando el "plin plin plin", su costado pícaro...

Héctor Larrea (Gerardo Dell' Oro archivo Clarín).

 

Preguntas con doble sentido, adivinanzas, juegos como el hexágono misterioso para ganarse el teletesoro Noblex. Con ese hito denostado por muchos críticos Larrea descubrió que "se puede mejorar la vida de las personas sin percibirlo, con pequeños actos cotidianos que pueden no arreglar un asunto, pero sí distraer dolores".

Matrícula 1502 otorgada por el ISER, sobrino de Don Gregorio -quien le vendió la primera radio- hijo de Felisa y Emilio, padre de María Florencia y María Laura, esposo de Ely. Mister Radio integra esa categoría de seres que terminan siendo familia de toda una república. Ex empleado de la DGI, nació el 30 de octubre de 1938 y no recuerda la vida sin radio: "Fui y seré un eterno refugiado emocional y un solitario marcado por la orfandad temprana".

"Lobo estepario", "huidizo de la concentración de personas ombligo", lector recalcitrante de Hamlet Quintana, melancólico crónico que cree escuchar todavía la publicidad de aceite Olavina que le despertó la vocación en los '40, toma como "piedra fundacional" un día de abril como animador de Radio Argentina: "Hacía falta un tipo que anunciara El baile de los novios , que auspiciaba una joyería de Diagonal Norte y Florida. Y apareció este pibe".

Héctor Larrea llegó al final de su vida profesional.

 

Desde aquel primer ciclo propio "un espacio comprado" en Radio Antártida, en 1961, construyó su prestigio con "los ladrillos" que le aconsejó Antonio Carrizo: "Vasta cultura y lectura a toda hora, señor. La radio no es para cualquiera", le escribió por carta "Tony". Dice Héctor que los años lo volvieron "más humilde y más austero": "Humilde en el sentido de que en mi juventud era un poco mal llevado, no aceptaba correcciones. Volteaba paredes con la cabeza. Y más austero en el sentido material, "excepto por la compulsión por los libros y los discos".

El señor Rapidísimo (tres décadas de ciclo ómnibus por El Mundo, Continental y Rivadavia) suele repetir el concepto de "amparo" que le provoca el aire. Sus colegas destacan como fortaleza su correcto manejo del ego. "Hice un pacto con el ego. Para no salir lastimado. No era el mejor en tiempos de rating, ni era el peor cuando la audiencia era más pequeña".

Norteamérica canta, El mundo del espectáculo, Humor redondo, La campana de cristal, Dígalo con mímica... "La tele fue la excusa para encontrar auspiciantes para la radio, había que poner la caripela para tener sostén radial", admite. Su último programa conducido en TV fue en 2002, 3x3, "un ciclo que en medio de la crisis del corralito no vendió ni un alfiler", se ríe el que decidió alejarse de la pantalla "en silencio": "Un día se dieron cuenta de que no estaba más. Pero hacía más de una década que yo había tomado esa decisión en voz baja".

Héctor Larrea (Foto: Julio Juárez).

 

A la despedida radial, en cambio, le puso fecha y hora, en el año del centenario. Nada de esfumarse sin aviso. "Ahora sí que no me van a ver más ni en figuritas", repite con esa risa dulce que nos trae como recuerdo el olor a las tostadas. "Los transistores toman colores iluminados, porque dibujan una burbuja monopatín..."

Toda su vida giró en torno a esa cajita feliz sonora. El término "toda" implica hablar del amor de su vida, Ely, a quien conoció en 1969, en el edificio de Radio Nacional y con quien es abuelo por tres. "Fue verla y flechazo. No me olvido más: llevaba una capelina, trabajaba para la Sociedad de Socorros Mutuos y me invitó a un acto de beneficencia. Después del evento la invité a cenar".

Una clase de conducción en TV, Héctor Larrea.

 

Larrea, el que atravesó enfermedades "sin contarlo" ("un bruto cáncer, un hachazo del que me salvé"), el que fue a trabajar "llorando para adentro, disimulando resfríos y pesares", se va dictando su última cátedra: irse a tiempo, como un chef que regala el mejor plato de despedida y no las sobras.

 

fuente: clarin.com

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