No, no se puede decir “Cristina Asesina” - Por Osvaldo Bazán

¿En qué se basan para decir “Cristina Asesina”?, ¿Qué datos hay para asegurar “Cristina Asesina”?, ¿Por qué salen a pegar carteles que dicen “Cristina Asesina”?

¿Por qué llevan el hastag #CristinaAsesina como trending topic en twitter durante cuatro días seguidos? 

¿Qué buscan diciendo todo el tiempo “Cristina Asesina”?

¿Qué mueve a una señora -con toda la buena voluntad que hay que poner para creer que esa señora es la responsable- a gastar dinero para empapelar la ciudad con un cartel que afirma “Cristina Asesina”?

No, no se puede decir “Cristina Asesina”.

No al menos hasta que una investigación independiente desentrañe de verdad qué pasó con las vacunas del Covid 19 y si por decisiones geopolíticas de la vicepresidenta se atrasó su provisión.

En ese caso, la afirmación “Cristina Asesina” sería más inquietantemente cercana a la verdad.

Las preguntas son miles.

Los muertos son decenas de miles.

Claro que hay datos públicos que puestos todos juntos, son caldo de cultivo para todo tipo de malpensados que salen a decir “Cristina Asesina” así como así.

Osvaldo BazanEl 10 de julio del ’20, cuando Argentina llevaba ya cuatro meses de una de las cuarentenas más estrictas del mundo, cuando ya habían intentado correr a Sara porque tomaba sol solita su alma en los bosques de Palermo; cuando ya habían matado a Magalí Morales, a Gastón Maranguella, a Ariel Valerian, a Luis Espinoza; cuando los chicos no paraban de chocarse los muebles en sus casas; cuando ya no había changas para hacer y cerraban los comercios; cuatro días antes de que la insustancial Fabiola juntase a su frívola tribu en Olivos, el presidente Alberto Fernández junto a Fernando Polack y Nicolás Vaquer del laboratorio Pfizer anunciaba que Argentina había sido seleccionado como el único país de la región para llevar adelante la prueba de su vacuna en personas.

Miles de argentinos pondrían su vida al servicio de la ciencia y, como contrapartida, el país tendría un trato preferencial tanto en precio como en prioridad de los envíos.

La salvación estaba ahí, se podía ver la puerta de salida.

La de Pfizer fue la primera vacuna autorizada por las autoridades sanitarias argentinas.

Todo funcionaba bastante bien hasta que entró al negocio el amigo de todos, Hugo Sigman -el izquierdista multimillonario que tanto produce la película “Relatos Salvajes”, edita “Le monde Diplomatique” como hace dinero con el negocio farmacéutico, o el agro, con una fortuna según la revista Forbes de 2.000 millones de dólares- y todo cambió.

En agosto el presidente Fernández anuncia que el grupo Insud, del amigo Sigman, produciría junto al laboratorio británico AstraZeneca y con la Fundación Slim de México 250 millones de dosis de la vacuna de la Universidad de Oxford.

A sólo 4 dólares cada dosis que estarían listas para el primer semestre del año ’21.

En ese momento, el multimillonario de izquierda se vanaglorió en una entrevista con Pablo Sigal en Clarín: “Tuvimos el acompañamiento moral y afectivo del ministro Ginés González García”.

Un amor, esta gente.

El laboratorio mAbxience de Sigman produciría el principio activo, cerca de Buenos Aires, los mandarían al laboratorio Liomont en México, donde las dosificaría y envasarían y de ahí volverían a Argentina.

“Este acuerdo lo que le permite a Argentina es acceder entre 6 y 12 meses antes a la vacuna” dijo el marido de Fabiola.

El primer lote llegó recién en mayo del ’21, cuando Pfizer ya había llevado millones de vacunas a todo el mundo.

Anunciaron 250 millones de dosis.

Según el Observatorio Covid de Poder Ciudadano, hasta el momento Astrazéneca entregó 26.700.000 dosis del Reino Unido y 580 mil del Instituto de India.

¿La prioridad que tuvo Astrazéneca hizo que muchos argentinos murieran sin recibir una dosis de vacuna?

La entrada del amigo de los K, Hugo Sigman de la mano de Ginés González al negocio, empantanó las negociaciones con Pfizer.

Había necesidad de vacunas y se sabe que, con esta gente, donde hay una necesidad, hay un curro.

Pfizer caído, Astrazéneca atrasada, el 10 de diciembre del ’20, a un año de asumido, el presidente anunció: “Hemos suscripto el contrato con el Fondo Soberano de la Federación Rusa que nos garantiza la provisión de vacunas para la Argentina. Quiero agradecerle personalmente al presidente Vladimir Putin, que se ocupó de que podamos acceder a la vacuna al mismo tiempo que los países más importantes del mundo. Vamos a poder contar con las dosis para vacunar en enero y febrero a 10 millones de argentinos”.

En ese momento, Argentina era el único país -fuera de los que formaron la URSS.- que había aprobado la vacuna que aún hoy no cuenta con la validación de la OMS.

Demás está decir que no, que no pudimos acceder a la vacuna al mismo tiempo que “los países más importantes del mundo”.

Tan contenta estaba la ministra de Salud, Filomena Vizzotti, que en enero del ’21 dudaba si de esas 20 millones de dosis, le daría una a 20 millones de personas o 2 a diez millones. Después, el contrato se amplió con 10 millones más de dosis. O sea, 30 millones de dosis.

De ilusión también se muere.

Al día de hoy, según Poder Ciudadano, llegaron al país 13.300.000 dosis desde el Instituto Gamaleya y hay 6.300.00 dosis más del convenio con los laboratorios Richmond.

De las 30 millones que iban a llegar hasta febrero del ’21, en abril del '22 aún Ffltan más de 9 millones.

Ni Astrazéneca ni Sputnik cumplieron.

¿Si no se los hubiera priorizado, decenas de miles de argentinos hubieran alcanzado a vacunarse antes de morir?

El 24 de marzo del ’21, cuando ya se sabía que Rusia no cumplía -ni mucho menos- con la promesa de las primeras 20 millones de dosis, Cristina Fernández de Kirchner dijo: “¿Quién diría que las únicas vacunas con las que contamos hoy son vacunas rusas y chinas, Qué cosa, ¿no? Qué cosa porque toda la vida decían que nosotros estábamos cerrados al mundo. ¡Mi madre! Más allá de la excelente gestión que han tenido funcionarias como Cecilia Nicolini, creo que a nadie se le escapa que fue precisamente la articulación de una Argentina con una visión multilateralista de la política exterior, pudimos contar con las vacunas que nos vendió la Federación Rusa y nos está vendiendo la República Popular China”.

El 4 de junio del ’21, Argentina tenía ya 80.411 muertos por Covid, mientras los países cercanos nos superaban ampliamente en porcentaje de personas vacunadas: Argentina tenía 6,97% de su población vacunada; Brasil el 10,75%; Uruguay el 30,93 y Chile el 43,92%.

Ese día el presidente Fernández, en videoconferencia con Putin se deshizo en agradecimientos y elogios: “Decimos en Argentina que los amigos se conocen en los momentos difíciles, y cuando pasamos un momento difícil, el gobierno de Rusia estuvo al lado de los argentinos ayudándonos a conseguir las vacunas que el mundo nos negaba”.

Pero lo cierto es que el mundo no nos negaba nada, como no se lo negaba -y las cifras lo corroboran- a los países limítrofes.

Dos días después, cuando el gobierno seguía sin explicar qué pasaba con las Pfizer, la ministra Filomena Vizzotti se dio el lujo de retar a la población, exigiéndole que “baje la tensión y la obsesión que tienen con la Pfizer”.

La alienación era tan grande que hasta le permitió a Copani hacer una canción graciosa. Suponiendo que eso de “dame la Pfizer” sea una canción graciosa. Sí, la inspiración fueron los 87.621 muertos que había hasta el momento. Todo atado con alambre.

“¿Qué país va a decir que no a una vacuna?”, se preguntó indignada Filomena en esa conferencia de prensa. Y le echó la culpa a la oposición, porque la patria es el otro.

Nadie le dijo en ese momento a Filomena que Argentina era el país que había dicho que no.

Argentina se negó a comprar vacunas al Fondo Covax, a la que se podían solicitar en febrero del ‘21, 50 millones de dosis y sólo pidió 9 millones, como lo reconoció ante la Cámara de Diputados, por zoom, el subsecretario de Gestión Administrativa del Ministerio de Salud, Mauricio Monsalvo.

Quizás a Monsalvo, de 40 años, la cuestión de si los argentinos se vacunaban o no lo habrá tenido sin cuidado: el 5 de febrero del ’21 ya tenía la segunda dosis.

En esa misma reunión, Ginés González García dijo “nosotros no necesitamos 30 millones de vacunas”.

¿Para qué íbamos a comprar vacunas a Covax si ya, ya venían las del negocio de Sigman y las de Putin?

Bueno, no llegaron.

Los argentinos seguían muriendo.

Además, en momentos de incertidumbre, donde todavía no se habían hecho pruebas concluyentes, Argentina se quedaba sin el segundo componente de la Sputnik.

Seis millones de personas se dieron el primer componente y nadie sabía cuándo llegaba el segundo, que teóricamente llevaba un intervalo de 21 días, pero, como no aparecieron, el período -mágicamente- fue extendido a 12 semanas por el Consejo Federal de Salud.

Mientras el gobierno de la nación bailaba el Kazachok, el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires se lanzó a hacer pruebas para combinar fórmulas distintas y así encontrar una solución. Después el gobierno nacional se apropió en parte del mérito, pero en realidad, no hizo nada. Sin embargo, Fernández le agradecía al carnicero de Moscú por ser amigo en momentos difíciles a pesar de que acá se sabía muy bien que Rusia no estaba cumpliendo.

Tanto que el 7 de julio, sólo 33 días después Cecilia Nicolini escribe la carta de la vergüenza. Un documento que en cualquier país del mundo sería juzgado como traición a la patria, pero que acá sirvió para que su redactora se conchabara en el Ministerio de Medio Ambiente, porque coso.

Ahí le dice a su “Dear Anatoly” (Anatoly Braverman, del Fondo Ruso de Inversión Directa, el vendedor de las vacunas), que el gobierno argentino hizo “todo lo posible para que Sputnik V sea un gran éxito” y que “nos están dejando muy pocas opciones para seguir luchando por ustedes y por este proyecto”.

Seis meses tardó el gobierno argentino en darse cuenta de que no estaban llegando las vacunas.

A esta altura sólo había vacunas Astrazéneca (el negocio de Sigman “latinoamericanizado”), las rusas y las chinas.

Y Vizzotti y Nicolini que venían de empinarse unos vodkas en Moscú, paseaban por La Habana, y entre mojito y mojito, miraban de reojo una cosa llamada “Soberana” que nunca existió.

No había acceso a ninguna vacuna de empresas estadounidenses. Según “The Guardian”, una de las condiciones implícitas en la compra de Sputnik era no comprar vacunas desarrolladas en Estados Unidos.

Nunca se comprobó ni desmintió.

El 7 de julio de ‘21, con sólo el 11,07 % de la población vacunada (mientras Brasil llevaba el 13,52 %, Uruguay el 54,33 % y Chile el 58,65%), con 97.439 muertos, los funcionarios argentinos todavía se arrodillaban frente a Putin, le rogaban que les dieran excusas para seguir luchando por los rusos y por el proyecto ruso.

Nada de esto hubiera sido posible sin la intensa publicidad del Imperio Ruso. Según un estudio del think tank Carnegie Endowment, citado por la profesora Adriana Amado (sí, la @LadyAAmado de Twitter, mi elegante compañera de TN), los países que en el mundo más promocionaron el lanzamiento de la Sputnik fueron Argentina y Venezuela. La mayoría de los tuits salieron de cuentas de políticos y periodistas. Este fervor, incluso, se daba cuando la vacuna ni llegaba a la Argentina.

El Dear Anatoly todavía se está riendo.

Todo fue regado por una intensa campaña de prensa pro rusa en donde los medios oficiales fueron punta de lanza.

Hubo gente llorando de emoción ante el relato de Víctor Hugo Morales y los “vuelos de la vida” que partían hacia Rusia a ver qué vacuna carancheaban.

Otra gente, al mismo tiempo, lloraba por sus muertos.

Pero eso no importaba tanto.

Épica, lágrimas y la línea de bandera.

Como contó el periodista independiente Nacho Montes de Oca en su cuenta de Twitter @nachomdeo, de los 135 vuelos que trajeron vacunas al país, sólo 51 fueron de Aerolíneas Argentinas; cada uno costó 300.000 dólares (no se computan como parte del 1.800.000 dólares diarios con que el Estado mantiene a Aerolíneas), más 45.000 dólares por el uso de las rampas en Moscú, porque los amigos se ven en las malas.

Mientras tanto, y para justificar la falta de vacunas Pfizer, el gobierno argentino volvió a tomar por idiota a su población. Que se querían quedar con “petróleo, glaciares, bonos y pim pum paa”, dijo el impresentable asesor bonaerense Jorge Rachid; “Perú tuvo que ceder recursos naturales”, mintió la increíblemente diputada Cecilia Moreau, desmentida al día siguiente por el ministro de Salud peruano Oscar Ugarte, quien dijo “no existen esas condiciones”; “Pfizer incumple sus contratos, a Chile sólo le dieron 30 mil dosis de los millones que compró”, mintió el nieto del Estado Santiago Cafiero, al que desmintió a las pocas horas el subsecretario de relaciones económicas Internacionales chileno, Rodrigo Yáñez Benítez: “Puedo precisar que con las 234.000 dosis de Pfizer que llegan mañana, serán 1.886.625 las que hayan llegado a Chile”, tuiteó.

No pararon de mentir.

Frutilla del postre del desinterés por la población: el 18 de febrero del ’21, cuando estalla el vacunatorio vip, sólo el 0,57 % de los argentinos estaban vacunados. O sea, no se saltaron la cola. La ignoraron olímpicamente porque, según Zanini, lo merecían.

Las vacunas Sputnik del laboratorio Richmond de Argentina cuestan 13 dólares la dosis.

Las del instituto Gamaleya, 9,9 dólares.

La Pfizer, 12 dólares.

En Twitter no sólo es éxito el hashtag #CristinaAsesina. También triunfan #GraciasPutin y #GraciasRusia. Los seguidores kirchneristas suelen tuitear este agradecimiento, ya habiendo visto la masacre de civiles en Ucrania, con una foto de Cristina y Putin.

Le agradecen habernos “dado” la vacuna.

Las cobraron.

No fue un regalo.

Es más, ni siquiera cumplieron lo pactado.

Y no tienen idea de cuándo cumplirán.

¿Es por ese arreglo con Putin que Argentina no tuvo las vacunas necesarias y tantas decenas de miles de compatriotas murieron?

Mientras tanto, en abril del ’21 el almirante Craig Faller del Comando Sur de Estados Unidos donó a la Argentina tres hospitales modulares, generadores de oxígeno, equipos de búsqueda y rescate y capacitación sobre el uso de estos hospitales.

El 16 de julio del ‘21, mientras Nicolini se arrodillaba frente a su Dear Anatoly, el gobierno del presidente Joe Biden regalaba a la Argentina 3 millones y medio de vacunas Moderna que se sumaban a los 4 millones de dólares en suministros que ya habían sido entregados.

El cartel decía “Elegiste negocios con Putin en lugar de salvar vidas. Culpable 35.000 muertes. Asesina”.

Ante tan grave denuncia, la Justicia actuó muy rápido.

Ya saben quién pegó el cartel.

Para la investigación de verdad, hace falta un poco más de tiempo.

Nada más.

Y ahí sí, podremos decir lo que sabemos que tenemos que decir.

 

Fuente: notiar.com.ar

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