"En los años que llevo viviendo en las islas Feroe nunca vi a alguien discutir. Ser amable, hablar bien y respetar al prójimo es algo que se enseña desde la guardería", revela Pablo Merin, un argentino que, veinte años atrás, jamás hubiera imaginado que algún día viviría en aquel país autónomo del reino de Dinamarca.
De menos de 50 mil habitantes, ubicado entre Reino Unido, Noruega e Islandia.
Allá a lo lejos, en épocas en las que el archipiélago era tan solo un lugar remoto e ignorado, Pablo residía en una Argentina que había emergido compleja y cuestionable. Dejar atrás a su país no fue sencillo, aunque existieron varios argumentos sólidos que lo empujaron a tomar la decisión. El principal, su padre, quien le aconsejó que desplegara sus alas y buscara un futuro mejor.
Despedir San Martín, en Mendoza, y a sus amigos del alma resultó doloroso, aunque más duro fue decirles adiós a sus abuelos: con ellos había vivido por años y lo querían como a un hijo: "No les gustó la idea de que me fuera", rememora emocionado.
Sin embargo, los días previos a la partida, Pablo era pura emoción. Lo dominó la sublime sensación de aventura y se sentía feliz. Pero fue en el avión que comprendió que se iba lejos y que estaba dejando todo. La tristeza lo dominó durante el viaje. Arribó en Talavera de la Reina, España, donde fue muy bien acogido por conocidos de su padre. Allí encontró un empleo con rapidez y vivió durante algunos años, tiempos buenos y de grandes amistades, que hoy recuerda con una sonrisa agradecida.
Mientras tanto, las lejanas islas Feroe aún eran un lugar remoto en su vida.
Amor, Dinamarca y la pregunta de dónde deben crecer los niños
Luego de Talavera de la Reina, Pablo emprendió otros caminos por España. De todos ellos, fue Alicante quien lo acercó a su destino inesperado: allí conoció a su mujer, una joven que se encontraba estudiando español, que vivía en Copenhague, aunque era oriunda de las islas Feroe. De a poco, aquel rincón perdido en el mundo comenzó a acercarse, y a formar parte de las conversaciones y la cotidianidad.
"Al final decidí irme a vivir a Copenhague con ella", cuenta Pablo, quien en Argentina había estudiado marketing. "Allí vivimos tres años. El primero fue duro emocionalmente, pero luego me acostumbré: Dinamarca tiene una excelente calidad de vida en todos los sentidos".
Las islas Feroe habían ingresado a su vida, aunque lejos estaban de ser una realidad. La pareja decidió irse a Barcelona a estudiar. Allí permanecieron durante ocho años, Pablo se graduó con una Diplomatura en Producción y Dirección de cine, la pareja se mudó frente al mar y les dio la bienvenida a sus tres hijas: "Durante todos esos años estuve trabajando en el mundo audiovisual y en deporte; asimismo monté mi propia productora".
Inevitablemente, los hijos cambiaron todo. Los lazos familiares, las preguntas acerca de cómo debían crecer, dónde jugar y qué paisajes elegir para una infancia feliz, surgieron claras. Fue así que, para cuando la más grande cumplió los cinco, las islas Feroe finalmente hicieron su entrada triunfal: "Queríamos que crecieran cerca de una de las familias".
Islas Feroe: puertas abiertas y zapatos extraños
El territorio inesperado amaneció montañoso, impregnado de praderas y enmarcado por acantilados sobrevolados por incontables aves marinas. El primer año fue duro, por el idioma y el clima, pero a partir del segundo, Pablo comenzó develar una bondad inaudita y una belleza peculiar.
"Cuando llegué por primera vez era verano y había muchas celebraciones estivales. Cada isla tiene una gran fiesta y fuimos a una de ellas con varios amigos de mi mujer. Recuerdo que entramos casa por casa y nos invitaban a tomar algo, ¡nadie se conocía!, resulta que acá es muy normal ingresar a los hogares de extraños donde hay fiestas y compartir", dice sonriendo.
"Sin embargo, una de las cosas a las que no me acostumbro es que todos dejan las puertas de los hogares abiertas, sin llave, y la familia, los amigos o vendedores entran a la casa sin golpear, de hecho, no tienen timbres", asegura. "Me ha pasado varias veces que estoy en casa y de repente veo a alguien adentro, un vendedor, un familiar, ¡me cuesta adaptarme a eso!"
"Un lunes por la mañana encontré unos zapatos que no eran nuestros (acá todos se los sacan para entrar a los interiores). Al rato vino un chico y me contó que se los había olvidado, que lo sentía, había estado en una fiesta, salió a caminar y al volver entró en la casa equivocada. Al darse cuenta regresó al lugar correcto, pero dejó los zapatos. Había tomado, ¡claro!, y yo no cerré con llave. Acá nadie se preocupa por algo así, todos se tienen confianza y es muy seguro. De igual modo, cuando estamos en el trabajo y alguien debe venir a reparar algo a casa, dejamos la puerta abierta. Pero repito, ¡cinco años pasaron y no me acostumbro!"
Mitad luz, mitad oscuridad y una Navidad grandiosa
Habituarse al clima tampoco fue sencillo, no tanto por el frío, sino por la luz y sus extremos. Pablo pronto descubrió la extraña sensación de vivir una temporada desde marzo hasta octubre de mucha luz - siendo el 21 de junio el día más largo, donde casi no se hace de noche -; y la temporada de invierno mayormente oscura: "El 21 de diciembre es el día con menos luz. Pero en noviembre y diciembre hay muchos festejos, entonces no se siente; en el mes de enero, en cambio, se nota".
"Acá la época de Navidad es grandiosa: hay muchos encuentros con amigos, empresariales, y fiestas populares. El 24, de día, todas las familias se juntan a celebrar; se reúnen de a treinta, cuarenta, hasta cincuenta personas, y luego por la noche se junta la familia más cercana en un festejo muy religioso. El 24 y 25 todos los locales están cerrados, y el 26 es el gran día, se vuelve a celebrar y todas las personas de la isla salen al centro, hay recitales y mucha fiesta. El Año Nuevo se siente igual que en Argentina. A pesar de que es un lugar chico, en las islas hay mucho para hacer, paisajes que admirar y abundan los restaurantes y bares".
Sueldos altos y capacidad: nadie entra por contacto
Dejar Barcelona e insertarse en un territorio tan pequeño había sido impactante, sin embargo, Pablo no tardó en hallar las bondades de vivir en las islas Feroe. Gracias a su tamaño, fue capaz de conseguir contactos y oportunidades laborales con facilidad y, con el correr de tiempo, logró convertirse en el manager de un restaurante y rearmar su productora audiovisual, desde donde produce y filma películas.
"También entrené al equipo nacional de tenis", agrega complacido. "La verdad es que, en relación a lo laboral, me asombraron los sueldos elevados. Una pareja con hijos, que trabaja por ejemplo en fábrica haciendo limpieza, cuenta con buenos sueldos que les permite tener su hogar, comer, vestir, viajar una vez al año, tener un coche y llevar a los niños a la escuela. Acá la educación es totalmente pública y de calidad, así como la salud. Los colegios tienen hasta consultorio de dentistas para los alumnos. Los estudiantes universitarios reciben una mensualidad de 800 euros por estudiar: es un derecho, todos acceden a él", continúa.
"Por supuesto, impacta la poca corrupción que hay. Para acceder a cualquier puesto público se debe pasar por un programa de entrevistas y selección, y solo entran los mejores, nadie entra por contacto o por ser familiar, está prohibido. Los ciudadanos, al pagar los impuestos, acceden a un gobierno responsable que garantiza un país próspero en servicios y trabajo. Dinamarca y Feroe me han impresionado: el desempleo es casi inexistente, de hecho, se contratan extranjeros porque los locales ya están trabajando".
Calidad humana sobresaliente: hacer sentir bien a los demás
A pesar de que construir vínculos de amistad no fue sencillo, Pablo siente que esta dificultad es un denominador común de muchos países, sobre todo en los lugares más chicos. Aun así, en las islas Feroe descubrió una calidad humana sobresaliente, algo que considera que es una característica de los países escandinavos.
"Entrar a los círculos de amigos siempre cuesta. Por ejemplo, si un grupo de gente que se conoce desde la secundaria se junta todos los jueves a tomar café, quizá no acepten a alguien nuevo, sin importar el país del que hablemos", observa. "Acá siempre te están preguntando si estás bien, cada vez que termina tu jornada laboral todos te saludan y te dicen `gracias por el día de hoy´ ¡hasta los dueños y gerentes! Está implementada la idea de que, mientras más contento está el empleado, mejor rinde, y desde chicos se enseña la importancia de hacer sentir bien a los demás; piensan en el bien general y no solo en el de uno mismo. Me encanta que todos, hasta los más poderosos te tratan con respeto y como persona, acá da igual quién sos o el apellido que tengas, lo importante es que seas buen ser humano".
"Las Islas Feroe es un lugar muy amigable, me recuerda a la Argentina: me impactó que su gente tiene una forma de ser que mezcla rasgos latinos y escandinavos. Son familiares, les gusta juntarse continuamente, y como todo isleño, se toman su tiempo para todo".
¿Argentina o Europa?: Regresos agridulces y aprendizajes
Para Pablo, regresar a la Argentina significa reencontrarse con su pasado, reflejado en la fachada de su vieja escuela, en las calles céntricas de San Martín, y en los barrios que solía frecuentar. Significa volver a ver a la familia y a los amigos, que lo trasladan a su infancia y adolescencia, y le recuerdan de dónde viene y quién es.
"Es una sensación muy rara, cuando me fui dejé esa parte de mi vida en Argentina; ahora ya no soy el mismo, pero cada vez que viajo me reencuentro con mi persona de hace veinte años atrás", reflexiona profundamente emocionado. "También siento tristeza por cómo se vive en la Argentina, cada vez que vuelvo me impacta el deterioro. Cuando dejé mi barrio estaba cuidado, ahora hay una pobreza estructural y lo ves por todos lados. Y me da bronca darme cuenta de que Argentina es un país que vive en el pasado, desorganizado, donde no se cumplen las leyes. Me da rabia ver que es un país que no avanza".
Pablo dejó la Argentina para construir un mejor futuro, pero jamás imaginó que las islas Feroe formarían parte de su destino. Los caminos inesperados del amor lo acercaron a un rincón del mundo de una particular belleza y del que está muy agradecido. Hoy, luego de varias experiencias europeas y cinco años en el archipiélago, siente que logró una buena vida junto a su familia, en un hogar cálido, con un trabajo, y rodeado de gente muy querible.
"En las islas Feroe aprendí a respetar en un sentido superior, uno donde el bien de la comunidad, el universal, pesa más que el individual. Y, de alguna manera, me recuerda a la San Martín de Mendoza de mi crianza".
"Mi travesía, en general, ha sido una de grandes aprendizajes culturales y personales. Cada lugar, con sus similitudes y diferencias, me ayudó a crecer, evolucionar. Sin lugar a dudas, a Europa - en relación a lo económico y la calidad de vida - no la cambio por Argentina. Pero, a pesar de todas sus bondades, si nuestra patria fuera un lugar seguro, organizado y poco corrupto, no cambiaría Argentina por Europa. Aun así, lo único cierto es que los eventos de mi vida tomaron una dirección y ahora siento que pertenezco a Europa, y creo que eso no lo cambiaría. Si tuviera que volver atrás y tomar la decisión de irme otra vez, tomaría el mismo camino".