Se llama Dulce Galeote, ES UNA DE LAS MEJORES ALUMNAS de la ESCUELA DE FERRARI. ¿CÓMO LLEGÓ HASTA AHÍ??...TREMENDA HISTORIA! Mirá este video
A continuación, ilustramos con nota copiada de autoblog.com.ar :
Dulce Galeote es argentina, tiene 19 años y cuenta con uno de los mejores promedios en el Istituto Di Istruzione Secondaria Superiore Alfredino Ferrari. Conocido por el apodo de Dino, así se llamó el hijo de Enzo Ferrari. Y ese es el nombre completo de la escuela de formación técnica, que la marca del Cavallino Rampante tiene en Maranello (Italia).
El periodista Darío Coronel (Infobae) entrevistó a Dulce Galeote para conocer su historia de vida. Y cuenta cómo sus padres dejaron todo en la Argentina para acompañar la pasión de su hija. La nota completa se reproduce a continuación.
Por Darío Coronel
En 2001 la Argentina vivió una de sus peores crisis. El 28 de julio de ese año, Jorge Fabián Galeote y Analía Isabel Alveda fueron padres de su única hija, a la que llamaron Dulce. Del Chaco se mudaron a Córdoba, una de las provincias más fierreras del país, que por ejemplo es la meca de nuestro rally. En un lugar donde el aire de las sierras se junta con el ruido de los motores, desde muy pequeña agradeció con respeto las muñecas que le regalaron, pero su gran alegría fue cuando empezaron a obsequiarle autos. El amor por los coches creció y a sus 13 años les avisó a sus padres que “a los 18 me voy a estudiar diseño automotriz a Italia”. Ellos decidieron acompañarla detrás del sueño de su vida. Hoy se luce en el Istituto Di Istruzione Secondaria Superiore Alfredino Ferrari (hijo del Commendatore), donde la mítica marca forma a sus futuros profesionales.
Con su acento cordobés que se mezcla con el italiano, Dulce le contó a Infobae su historia. “Nací en el Chaco y a los dos años y años medio nos mudamos a Córdoba, primero a Santa María y luego nos instalamos en Villa Carlos Paz, donde pasé la mayor parte. Como mi papá tenía una agencia de autos, de muy chica nació mi pasión por los coches y por la mecánica en especial. De chiquita, cuando me regalaban muñecas no me gustaban. Yo quería mi pieza llena de Hot Wheels”, recuerda.
“Entonces un amigo de la familia, Martín Rodríguez, fue el que me regaló autos de colección y llevó a una carrera del Súper TC 2000. Fue algo fascinante. Me gusta el sonido de los motores y el olor a nafta. Ahí mis padres empezaron a entender qué era lo que me gustaba. Siempre me llamaron la atención los autos italianos y su diseño. Me informé y me di cuenta de que en Italia salieron los grandes diseñadores y allí está Horacio Pagani (también argentino) que es un referente. Por eso a los 13 años les dije que iba a ir detrás de mi sueño. Se sorprendieron por tener las ideas claras a pesar de mi corta edad. Ellos escucharon la voz de Dios y quisieron acompañarme. En un año se organizaron, vendieron todo y nos vinimos a Maranello en 2015”, explica.
“Antes de llegar, como mis abuelos paternos eran italianos, mi papá se puso en campaña y recorrió todo el país para poder hacer los papeles en la Argentina. Cuando llegamos a Roma pudimos tramitar la ciudadanía. Allí dejamos las valijas en lo de unos amigos porque recién llegábamos y no sabíamos cómo nos iba a ir en Maranello. Entonces estuvimos una semana con la misma ropa… Nos fuimos a un hotel que está frente a la fábrica de Ferrari. Luego, por intermedio de unos amigos, pudimos alquilar. Pasamos de una casa grande con todas las comodidades en Córdoba a un departamento de dos ambientes en Maranello. Pero nuestro espíritu de hogar fue tan grande que nos acostumbramos”, destaca.
Los primeros tiempos fueron difíciles, aunque salieron adelante. “Al principio no teníamos nada seguro. Mis viejos no tuvieron trabajo, pero pronto se ubicaron. Mi papá laburó de repartidor de pizza y luego en la fábrica de Ferrari limpiando los pisos. Mi mamá empezó en una empresa de limpieza y consiguieron un préstamo de un banco para poder comprar un departamento, que es donde vivimos ahora. Pero como a mi papá le costó el idioma se fue a España y pudo recomenzar con el negocio de compra y venta de autos. La idea es que luego mi mamá se vaya allá”.
Antes de empezar a estudiar en Maranello, Dulce preparó el terreno. “En la Argentina hice un curso de italiano de siete meses con un profesor particular que venía todos los días. Llegamos en septiembre de 2015 porque acá en esa fecha arrancan las clases. Cuando empecé aún no estábamos con las valijas y el primer día de colegio en el ciclo básico (dura un año) fui con la misma con la que había viajado desde la Argentina: una calza color crema y remera rosa flúor. Me presenté con los libros en una bolsa de supermercado. La adaptación fue difícil y cansadora porque es otra lengua. Los primeros meses me sentía exhausta, pero le fui agarrando la mano”.
“Luego me anoté en el instituto secundario de Ferrari. Es público y de educación técnica. Lo fundó Enzo Ferrari para formar a sus mecánicos. Se basa sobre la construcción de materiales y se busca que seas un profesional para el mantenimiento del auto. Somos más 700 alumnos y por lo que sé soy la única sudamericana y entiendo que no hay otros latinoamericanos porque cada vez que llega alguien que habla en español me llaman”.
Sobre la carga horaria y la organización de las clases en medio de la pandemia, describe que “cursamos de 8:10 horas hasta las 14:10. Y un día hacemos de 8:10 hasta 16:00. Ahora estamos con un horario cortado por el tema del COVID-19. En septiembre volvieron las clases presenciales, pero luego se suspendieron y seguimos la cursada por video. Son cinco años y ahora estoy en el último. Este año fui el tercer mejor promedio y la única mujer en el curso. En total somos 13 mujeres en todo el instituto y con los varones me llevo bien”.
Sus buenas calificaciones le permitieron obtener una beca de 300 euros que fue entregada por el alcalde de Maranello, Luigi Zironi, mérito que fue para todos los alumnos que consiguieron un promedio mayor a siete.
Más allá de su capacidad y empeño, fue clara la motivación extra de estar en su paraíso terrenal. “Vivir en Maranello es un sueño hecho realidad. Es mi lugar en el mundo, el que siempre soñé. Me siento en casa, como si toda mi vida hubiese vivido acá. Hasta que llegué no estuve de forma física, pero sí mi alma y corazón estuvieron toda mi vida acá. Es un pueblo tranquilo, chico, de mucha gente anciana, con 16.000 habitantes. Estoy cerca de la fábrica de Ferrari y de su circuito, Fiorano, donde se prueban los autos de serie y los de F1. Estás en tu casa o en cualquier lugar y escuchás el motor de una Ferrari. Eso es mágico”, asegura.
Gracias a los convenios que tiene Ferrari con empresas internacionales pudo viajar, conocer países y seguir con su formación. Por ejemplo, en Australia participó de una carrera de autos solares hechos con fibra de carbono, con una extensión de 3.050 kilómetros, de los cuales ella fue de acompañante unos 130. “No pudimos llegar a la meta porque se nos rompió el eje trasero de la rueda izquierda. Hubo otra rotura en el freno y el motor de la rueda. Igual, en la clasificación general quedamos séptimos entre 23 equipos”, explica. En Alemania trabajó en un taller de Berlín. Y en Polonia visitaron fábricas italianas como la de los frenos Brembo.
La carrera de autos solares no fue un hecho aislado. En el instituto de Ferrari se trabaja en la sostenibilidad y las energías alternativas. Otro ejemplo son las bicicletas con motores eléctricos que desarrollaron, que se usan para la entrega de libros en tiempos de pandemia, en especial a las personas mayores que por ser del grupo de riesgo no pueden salir de sus casas para ir a la biblioteca. Se suma el proyecto de un camión chico impulsado por hidrógeno cuyo diseño se lo encargaron a Dulce.
Su última labor fue una pasantía de tres semanas en un taller que restaura autos de carrera, Se trata de la Scuderia Belle Epoque que está a cargo de una señora llamada Mónica Zanetti. Sobre otros autos metió mano en un monoposto de los años 90 del CART (actual IndyCar). Allí trabajó con Pietro Corradini, alguien que adoptó “como a un abuelo” y que es un ex mecánico de Ferrari que asistió los coches de Clay Regazzoni, Niki Lauda, Gilles Villeneuve y René Arnoux. Allí a Dulce la llevaron a dar unas vueltas en una Maserati MC12 en el Autódromo de Módena, donde también conoció al piloto Andrea Bertolini.
Su convicción sobre dónde estuvo su lugar en el mundo y por qué quiso formarse en Maranello, la llevó a proyectar su futuro. “Cuando termine en el instituto de Ferrari saldré con el título de Perito en Transporte, Construcción del Vehículo y Logística. El año próximo tengo planeado ir a la universidad a estudiar diseño industrial y luego hacer un máster en el diseño del automóvil: Mi gran sueño es poder diseñar un auto y poder hacerlo con mis manos (el mismo que tuvo Horacio Pagani). Obvio que me gustaría trabajar en Ferrari para hacer experiencia”. Por ahora va por buen camino.
La familia Galeote es muy creyente. Lo vivido por ellos en estos cinco años fue tan fuerte que su padre escribió un libro que se llama “Una vida de fe” y en su subtítulo se resume como “la historia de una familia que le creyó a Dios”. La tapa fue diseñada por Dulce. La publicación se basa en que nunca hay que dejar de creer.
Esta es la historia de una argentina que desde muy chica tuvo su plan de carrera. Como los ingenieros de pista en la Fórmula 1. Pero como en una escudería, sabe que sola no podría haber salido a pista ni cruzar la meta. El sacrificio de sus padres fue clave. Llegaron a quedarse sin trabajo durante un tiempo en la pandemia, pero luego retomaron sus actividades. “Ellos me inculcaron ser libre. Cada uno que elige lo que quiere hacer. Para hacer las cosas mal o estudiar algo que te no gusta, no sirve. Al poco tiempo de llegar acá todo el mundo se sorprendió y felicitaron a mis viejos por la decisión que tomaron. Me acompañaron y sin ellos nada hubiese sido posible”, reconoce. Hoy ella es su gran orgullo.