Mientras el mundo se maravilla con la autonomía de la IA, miles de trabajadores en Madagascar entrenan algoritmos manualmente por salarios bajos. Un viaje al corazón de las "manos invisibles" que sostienen la revolución tecnológica.
Lectura exprés
- ¿Qué sucede?
Madagascar se ha convertido en un centro global de "anotación de datos", donde miles de personas entrenan manualmente a las IAs. - ¿Quiénes son los protagonistas?
Desde trabajadores precarios y estudiantes hasta ingenieros locales que buscan cambiar el paradigma. - ¿Cómo funciona?
Los empleados clasifican imágenes, textos y videos para que algoritmos de Google, Amazon o ChatGPT "aprendan". - ¿Por qué en Madagascar?
Por la disponibilidad de mano de obra joven, cualificada y, sobre todo, extremadamente barata para los estándares occidentales. - ¿Cuánto ganan?
Los salarios rondan entre 80 y 120 euros mensuales, cifras bajas globalmente pero superiores al promedio local. - ¿Qué consecuencias tiene?
Genera oportunidades económicas, pero también riesgos de explotación, estrés psicológico y mercados negros de cuentas laborales. - ¿Hay innovación local?
Sí, ingenieros malgaches han comenzado a desarrollar sus propias IAs para agricultura, buscando dejar de ser solo "mano de obra".
El ejército invisible de la tecnología
A menudo imaginamos que la Inteligencia Artificial (IA) opera de manera totalmente autónoma, como una entidad mágica que aprende por sí sola. Sin embargo, la realidad es mucho más terrenal y manual: detrás de cada algoritmo sofisticado hay un ejército de seres humanos corrigiendo, etiquetando y clasificando datos. En Madagascar, uno de los países más pobres del mundo, esta industria ha encontrado un terreno fértil.
En la capital, Antananaribo, se estima que unas 100.000 personas trabajan como "las pequeñas manos de la IA". Su labor es fundamental para gigantes como Google, Amazon o los desarrolladores de ChatGPT. Sin su intervención —identificando un cisne en una foto o transcribiendo una factura—, las máquinas no podrían hacer sugerencias precisas ni automatizar procesos.
Historias de contraste: Del hogar precario a la oficina moderna
El informe revela dos caras de una misma moneda. Por un lado, está David Ratomson, un padre de familia de 32 años que combina múltiples trabajos para subsistir. Desde su modesta casa y gracias a una conexión de fibra óptica, trabaja como freelance anotando imágenes para plataformas en línea. Él es un "peón" digital que sueña con fundar su propia empresa, pero que actualmente opera sin contrato ni protección social.
Por otro lado, se encuentra Elina, de 25 años. Ella forma parte del sector formal, empleada por una gran empresa de BPO (Business Process Outsourcing). Goza de transporte privado, horarios regulados y un entorno de oficina moderno. Su tarea actual es verificar la contabilidad de facturas internacionales que la IA procesa.
Aunque sus condiciones son mejores, el salario refleja la desigualdad global: gana unos 120 euros al mes. Si bien esta cifra supera el salario medio nacional (que ronda los 80 euros) y le permite un estilo de vida cómodo en su país, representa un costo ínfimo para las tecnológicas extranjeras que contratan estos servicios.
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El mercado negro y la "lista negra" de Amazon
La relación entre las grandes tecnológicas y Madagascar no siempre es fluida. Empresas como Amazon han incluido al país en una "lista negra", bloqueando el acceso directo a sus plataformas de trabajo remoto, oficialmente para evitar acusaciones de explotación laboral dadas las duras condiciones locales.
Esta prohibición ha dado lugar a un ingenioso pero precario mercado negro. Dani, de 37 años, opera como intermediario en los márgenes del sistema. Compra cuentas de trabajador a proveedores en el extranjero (por ejemplo, en India) y las revende o alquila a malgaches que necesitan empleo. Aunque ilegal para la plataforma, esta "pirueta" permite a muchos acceder a ingresos que, de otro modo, les estarían vedados.
Impacto psicológico y regulación gubernamental
El trabajo no está exento de secuelas. Algunos empleados, bajo anonimato, relatan experiencias agotadoras, como monitorear cámaras de seguridad de tiendas extranjeras en tiempo real para detectar robos, una tarea vendida al cliente final como "vigilancia por IA". La presión constante y la naturaleza repetitiva del trabajo han llevado a la desilusión de muchos graduados informáticos.
Frente a esto, el gobierno de Madagascar, a través de su ministra de Telecomunicaciones, Stefanie Delm, intenta regular el sector. El objetivo es doble: atraer inversores internacionales garantizando una fuerza laboral joven (el 64% de la población tiene menos de 25 años) y, al mismo tiempo, establecer marcos legales que protejan a los trabajadores de abusos y fomenten el empleo formal.
Más que mano de obra barata: El sueño de la IA propia
No todo es subcontratación. Una nueva generación de ingenieros malgaches quiere demostrar que el país puede ser creador de tecnología, no solo su obrero. En el laboratorio Liam, ubicado en una comunidad rural, ingenieros como Fitaín han desarrollado una aplicación nativa que utiliza IA para detectar enfermedades en plantas de mandioca, vitales para la alimentación local.
Entrenada con miles de fotos locales, esta herramienta es un símbolo de resistencia y capacidad: "No somos solo anotadores de datos, también creamos nuestra propia inteligencia artificial", afirman sus creadores, buscando que la revolución tecnológica sirva también para el desarrollo directo de su comunidad.
