Entre las incógnitas de la Covid-19 están los síntomas que persisten una vez superada la enfermedad y que afectan principalmente a mujeres.
Ha pasado casi un año desde que se conociesen los primeros casos de Covid-19 en España, y todavía son muchas las incógnitas que suscita este virus. Los científicos trabajan sin descanso para arrojar luz sobre la enfermedad, que ya ha dejado más de 50.000 muertos en nuestro país y dos millones de casos confirmados. Pero una de las principales preocupaciones de la comunidad científica son las secuelas y la prevalencia del virus en nuestro organismo.
Miles de personas que han pasado la Covid experimentan, meses después de superar la enfermedad, síntomas muy parecidos y que en muchas ocasiones inhabilitan su vida. A este síndrome se le conoce como Covid persistente (o Long Covid en inglés) y se estima que, pasadas las 12 semanas desde la enfermedad, afecta a un 10% de los pacientes.
Un estudio realizado por la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG) y el colectivo de pacientes afectados por Covid persistente reveló que el 79% son mujeres con una edad media de 43 años sin patologías previas.
Se han registrado más de 200 síntomas diferentes del Covid persistente que de media duran más de seis meses e incluyen: dolores musculares y articulares, cansancio, fiebre, trombos, disnea respiratoria, tos, presión torácica o caída de pelo. También destaca la "niebla mental": dificultad para concentrarse, leer o incluso acordarse de algunas palabras.
Entre el cansancio físico y el deterioro cognitivo, son muchos los que se ven incapaces de volver a sus trabajos y tener una vida normal. En España, se han organizado diferentes colectivos para visibilizar este síndrome o trastorno, que casi no ha sido estudiado, y exigir ayudas e investigación.
Y es que, pese a que ya se conocen muchos de los síntomas, todavía de desconoce su origen. Según el informe del Ministerio de Sanidad, se está estudiando "si se trata de persistencia del virus en reservorios como el epitelio del intestino delgado desde donde continuaría activo; si es una respuesta inmune aberrante desregulada o; si es consecuencia del daño producido por el efecto de la autoinmunidad".
Mientras se buscan respuestas, los pacientes se encuentran saltando de unos especialistas a otros para intentar paliar sus síntomas, pero con la desesperanza que produce no tener ningún horizonte claro.
Todo ello, estando, en muchos casos, de baja laboral. Esta es una especial preocupación puesto que, al ser la Covid persistente una enfermedad reciente, no hay un reconocimiento explícito de la misma, por lo que muchas personas deben recurrir a la baja por "enfermedad común" que implica menos salario, y sin saber cuánto va a durar.
MagasIN ha hablado con cinco mujeres para conocer cómo el virus continúa trastocando sus vidas meses después de, aparentemente, haber superado la enfermedad.
Elvira Torres, 52 años
Elvira es una de las miles de sanitarias que ha sufrido los efectos de la Covid-19. Es auxiliar de enfermería en la planta de Traumatología del Hospital Clínico de Madrid. Se ha contagiado dos veces: la primera en abril, cuando todos estábamos confinados y los hospitales se llenaban de enfermos; y la segunda, en septiembre. Es esta última la que más le dio de lleno.
Mientras que en abril estuvo de baja solamente tres semanas y pasó la enfermedad en casa, en septiembre le derivó en una neumonía que llegó a dañar casi el 50% de los dos pulmones. Estuvo ingresada en el hospital 11 días, y todavía hoy sigue sin poder volver al trabajo por las secuelas. "Llegué a tener el triple de carga viral que la primera vez que me contagié", cuenta.
Debido a la gravedad de su situación, en el hospital tuvo que tomar medicamentos muy fuertes y en grandes cantidades (tanto corticoides como analgésicos). Cuando volvió a casa, fue quitándoselo progresivamente y al dejar de tomar la medicación notó los cambios en su cuerpo: "Cuando quise que mi cuerpo andara solo ya no podía. Me dolían los huesos y los músculos con cualquier estiramiento. Luego, pasados cerca de dos meses, comenzó a caérseme el pelo".
"Cuando me dieron permiso para salir a la calle me costaba andar, me mareaba". Pese a que han pasado varios meses, todavía siente disminuida su capacidad respiratoria y tiene miedo de salir sola a la calle por si se marea. "Mis pulmones tardarán en curarse entre seis meses y un año".
Pese al miedo, Elvira asegura que para recuperarse tiene que intentar llevar una vida activa y sale a pasear con su marido, aunque al principio "volvía y sentía como si me hubiesen dado una paliza".
"Creo que después de la Covid hay que hacer rehabilitación, pero las secuelas se quedan. He perdido la movilidad y la destreza completamente". Además, se le ha alterado la visión. "Antes necesitaba las gafas para ver de cerca, pero también para lejos".
Mientras que confía en recuperarse físicamente con el tiempo, no sabe qué le pasará mentalmente. En estos meses le ha cambiado completamente los hábitos de sueño y necesita de productos naturales para inducirlo. "Hasta ahora no hay ningún día que me vaya a dormir a las nueve o a las diez. Tengo que ayudarme a mí misma para ir a la cama. No tengo sueño, y mira que antes sí que dormía".
Además del cansancio y la fatiga propias de la Covid persistente, los pacientes también pueden sentir baja energía anímica y sentimientos parecidos a la depresión. Elvira procura mantenerse ocupada para evitar estas sensaciones, pero tiene muchas compañeras que "están fatal psicológicamente" por haber padecido la Covid, unido a haber vivido lo peor de la pandemia.
Entre sus actividades, la sanitaria intenta leer todo lo que puede para "volver a tener la agilidad mental". "La niebla mental la empecé a notar después de dos meses".
Aunque tiene miedo de volver al trabajo, piensa que sería bueno para ella regresar cuando esté mejor para "recuperar la normalidad" y tiene sus esperanzas puestas en la vacuna y poder ejercer su profesión con seguridad.
Tasula Ioannou, 31 años
Tasula es la prueba de que siendo una persona joven y sana puedes enfermar gravemente de Covid y que tu vida cambie por completo. De 31 años, Tasula es "medio griega y medio checa" y se vino a España por su pareja. En unos meses, esta teamleader de una empresa multinacional de logística ha pasado de preparse para correr una media maratón a tener que pasar la tarde tumbada en la cama después de 8 horas trabajando frente al ordenador.
Se contagió a finales de marzo y tras varios días enferma tuvo que ser ingresada en el Hospital de la Princesa por una neumonía bilateral. "Pasé las primeras 30 horas en el suelo de las urgencias porque no había camas", recuerda. Después de cinco días le dieron el alta para que se terminase de recuperar en casa.
Desde entonces, ha lidiado con la Covid persistente y, aunque ha intentado retomar su trabajo, ha tenido que pedir dos veces la baja laboral cuando ha sufrido "brotes". Su última baja terminó hace algo más de una semana.
"Tengo gastroenteritis, problemas de migrañas, un cansancio tremendo, e incluso mareos. Hay muchas cosas y luego cositas pequeñas que se juntan como que te tiemblen las manos, te duelan los oídos, que de repente tienes conjuntivitis, moratones en el cuerpo... Este viernes, por ejemplo, se me hincharon la cara, los ojos, las encías y la boca. Pasé el finde así y el lunes volví al trabajo".
Ella siente que nunca llegó a curarse del todo de la Covid pese a que las PCR daban negativo. "Hasta septiembre seguí con muchos problemas de respiración. Por suerte ya me dieron corticoides y desde entonces respiro, pero antes no paraba de toser no podía hablar porque me ahogaba. Iba todo el rato a mi médico de cabecera y me mandaban a urgencias, pero como daba negativo no se podía hacer más".
Ahora está contenta de volver a respirar con más normalidad, pero eso no quita que cada poco tiempo se ponga enferma. Tras la Covid ha desarrollado una neutropenia por la que ha descendido su cantidad de glóbulos blancos, que forman parte del sistema inmunitario del cuerpo y ayudan a combatir las enfermedades. "Intento salir lo mínimo posible porque en cuanto lo hago me constipo", asegura.
Otras de las secuelas que aparecieron más de un mes después de haber pasado la Covid es la 'niebla mental'. "Al principio pensaba que estaba tonta. A lo mejor hablaba con mis compañeros y les tenía que pedir que me repitiesen todo. Decía: 'Joder, qué tonta soy, no me entero'".
"No me enteraba cosas muy básicas y por ejemplo, leía 2-3 páginas de un libro y no podía más porque me cansaba mucho. A veces también se me olvidan algunas palabras". A partir de julio su niebla mental fue mejorando, aunque todavía no ha recuperado por completo sus capacidades.
Esto, unido a que no puede trabajar cuando sufre brotes, genera un sentimiento que comparten todas las personas con Covid persistente: frustración. "Todavía me cuesta centrarme y para cosas más complicadas tengo que estar muy concentrada. En mi trabajo tengo mucha suerte porque nunca me han puesto pegas y puedo coger los días que yo necesite, hay muchísimo apoyo. Pero es verdad que una se siente muy mal porque yo tengo tengo que ir dando responsabilidades mías a las personas de mi equipo, no llego a hacer bien mi trabajo".
Beatriz Pérez, 51 años
Al inicio de la pandemia, antes de que se cerrase la capital, Beatriz decidió irse con su marido a su casa de Cuenca para alejarse del virus. Una semana después ella empezó a tener los síntomas clave de la Covid: "Dificultad para respirar, dolor de cabeza, fiebre, una tos insoportable, estómago revuelto, falta de gusto y olfato, conjuntivitis, dolor general del cuerpo y cansancio".
Fue empeorando hasta que el 22 de marzo tuvo que ser ingresada en el Hospital de Cuenca por neumonía bilateral. Siete días más tarde regresó a su casa ya estabilizada. Pero fue pasando el tiempo y nunca volvió a estar del todo bien.
"Salvo lo del estómago, que se me arregló rápido, y la tos, que gracias a Dios se fue, seguía con un cansancio generalizado brutal, fatiga, dolor de articulaciones y de músculos y…", calla un momento mientras intenta recordar. "Perdona, esto que me pasa... desconcentración y falta de memoria", consigue decir.
Beatriz es ingeniera técnica informática y antes de contagiarse trabajaba de responsable de un grupo de un Centro de Atención al Usuario en la Comunidad de Madrid. "En mi trabajo tienes que mover mucha documentación y estar pendiente de muchas cosas. Yo tengo en mi equipo a 30 personas y ahora no soy capaz de gestionarlo. Actualmente me cuesta incluso leer un libro".
Además de no saber si mejorará, uno de sus principales miedos es qué pasará con la baja laboral, ya que en dos meses cumplirá el año. "Mi duda ahora es cuando llegue el año qué va a pasar. Si me mandan a trabajar, ¿qué hago? Te lo digo en serio, esto es desesperante".
Susana Matarranz, 44 años
Esta maestra madrileña de Educación Primaria, como todo adulto que haya estado mucho con niños pequeños, sabe lo que es enfermar de forma frecuente y continuar al pie del cañón. Sin embargo, las secuelas que le ha dejado la Covid han superado con creces a cualquier otra enfermedad. "Yo, con mi profesión, imagínate, he pillado en los años que llevo trabajando todo lo que no he pillado en el resto de mi vida", cuenta.
Susana se ha contagiado de Covid en dos ocasiones. La primera, a finales de febrero de 2020, cuando aún no sabíamos exactamente cómo identificar los síntomas. En su caso, no se manifestó como una gripe y, por lo tanto, no le dio importancia, hasta que de golpe perdió el olfato, un sentido que todavía no ha recuperado al 100%.
"Al principio me encontraba mal, pero no sabía qué me pasaba. Pensaba que iba a desarrollar una bronquitis o una gastroenteritis, pero a los cinco días perdí el olfato. Ahí ya decidí quedarme en casa".
La segunda vez fue a finales de noviembre. Ya en octubre tuvo que acudir al médico para hacerse varias pruebas y comprobó que no tenía anticuerpos. "Le faltó tiempo al virus...", comenta.
Una vez superada la Covid por primera vez, Susana empezó a sufrir los síntomas de Covid persistente, que se manifestaron principalmente en el estómago, llegando a desarrollar una gastritis erosiva. También ha tenido dolores de garganta, provocados por el reflujo de la gastritis, mareos, problemas en el ojo derecho y falta de aire, pese a que las placas torácicas no muestran ningún daño aparente.
"Me han hecho un montón de pruebas y está todo bien. También me salen cardenales por las piernas y cuando me contagié la primera vez me aparecieron en la lengua, una cosa súper extraña. Como dicen que afecta también a la coagulación de la sangre…".
Junto con la gastritis, el peor síntoma ha sido la inflamación articular. "A los dos meses de contagiarme la primera vez, amanecí un día con la clavícula derecha súper inflamada y ahora la tengo muchísimo más grande que la otra. También las manos las tenía como si fuese una persona de 80 años, no las podía mover. Ni siquiera podía abrir el bote de la crema solar de mi hijo. Era un dolor como el de las ancianitas cuando las tienen ya agarrotadas, pues así. Me hicieron muchísimas pruebas y al final parece que tengo artrosis, pero claro, todos los médicos coinciden en que soy muy joven para tener una artrosis de este nivel".
Por suerte, las manos volvieron a la normalidad gracias a la medicación, pero los especialistas ya le han advertido que la clavícula se quedará así. A veces le duele, porque en el hombro derecho tenía una tendinitis anterior, y la única solución que le han dado es ir a rehabilitación cada vez que le moleste.
"De vez en cuando tengo tales dolores que es que no puedo levantar el brazo. Son las mismas cosas que le pasan a mi madre, pero ella tiene 70 años y yo 44", explica resignada.
Para Susana volver a dar clases es, por ahora, algo inviable. Ya lo intentó al inicio del curso, en septiembre, pero cree que es allí donde se contagió la segunda vez. "Volver al colegio me da un miedo… Al principio quería hacer vida normal y empecé a trabajar, con el temor que me suponía ir, porque los colegios son el infierno aunque haya protocolos. Yo vivía con ese miedo, pero convenciéndome de que tenía anticuerpos. Cuando tuve el segundo contagio es cuando vi que me lo tenía que tomar de otra manera y centrarme un poquito más en mí".
Sin embargo, todavía se emociona al pensar en reencontrarse con sus alumnos. "Los padres me han enviado unos emails preciosos y me da un poco de pena y ganas de llorar la verdad", lamenta.
María Teresa Domínguez, 54 años
Ni diciendo que trabajaba en una residencia para personas con discapacidad en la que había positivos le hicieron la PCR cuando llamó al teléfono de Covid con síntomas. María Teresa es educadora en la residencia de la Fundación Apascovi de Collado Villalba (Madrid) y se contagió a principios de marzo, cuando todavía no había ni medios ni conocimiento suficiente sobre la enfermedad.
Empezó a tener fiebre muy alta y dolor de cabeza, luego pasó a la diarrea y los vómitos, unidos a un "cansancio mortal" que hacía que solo fuese "de la cama al baño y del baño a la cama". Pasó la enfermedad en casa, acompañada por su hermano con Síndrome de Down, que también se contagió.
No obstante, al final tuvo que ingresar en el hospital, aunque fue meses después de haber superado la Covid. "Tenía el dímero D por las nubes". Tener alterado el dímero D significa que se puede tener un trastorno de coagulación en la sangre. En el caso de Teresa, trombos, aunque no encontraron en las arterias pulmonares.
"Estuve ingresada 3 días y por suerte, gracias a que yo trabajo en la residencia de la Fundación, mi hermano se quedó allí".
Teresa recuerda que cuando tenía la Covid se despertaba durmiendo boca abajo, "cuando yo siempre he dormido de lado" para poder respirar mejor. Y es que, además de un profundo cansancio, "me faltaba aire y tenía que abrir la boca para tener la sensación de tener los pulmones llenos de aire, y aún así no no lo conseguía".
Esa falta de capacidad pulmonar la sigue sintiendo (aunque no tan fuerte), al igual que la sensación de fatiga. "También tengo dolores en los tobillos, las muñecas y las manos, los dedos de las manos se me hinchan, los ojos me pican y los tengo como muy secos, me ha salido un orzuelo la piel… Es una montaña rusa".
Teresa dice que la fatiga "es constante" y casi "te llegas a acostumbrar", pero no por eso puede recuperar su vida. "A última hora de la tarde no tengo fiebre, pero me sube un poco la temperatura y tengo un poco la sensación como cuando tienes gripe y y el cuerpo te pesa y tienes escalofríos. Eso todas las tardes".
"No puedo hacer planes de un día para otro. El día que estoy bien aprovecho, pero luego me pasa como la semana pasada: estuve bien pero después me tiré el sábado y el domingo mala y no podía con mi cuerpo. Es que ni siquiera puedo planificar el hacer una comida un poco más laboriosa porque lo mejor ese día no puedo y me la tienen que hacer mis hijos", cuenta desesperada.
Como ellas, miles de mujeres y hombres padecen los más de 200 síntomas registrados como parte de la Covid persistente, sin tener todavía ni siquiera un reconocimiento tácito de que este síndrome existe, para emplear los recursos necesarios y que, en la medida de lo posible, puedan recuperar sus vidas.