En 2001, Carlos Barbagallo vendió su auto, tomó sus ahorros, dejó el departamento que alquilaba en Almagro y llegó a Nueva York, donde su vida cambiaría por completo
Carlos Barbagallo tiene 50 años, nació en Junín –Provincia de Buenos Aires– y desde 2001 vive en los Estados Unidos. En su juventud, unas vacaciones en Nueva York junto con dos amigos y el consejo que siempre le había dado su padre fueron las claves para que encontrar la oportunidad de su vida, que le abriría las puertas para cumplir “el sueño americano”.
“Mi padre tenía una fábrica de calefones eléctricos en Junín. Trabajamos juntos, hasta que me mudé a Capital Federal y empecé de cero como vendedor independiente de vajilla de acero inoxidable. En 2000, me fui de vacaciones a Nueva York y seguí la costumbre de mi papá: cada vez que nos íbamos a algún lado, llevaba su maletín, su catálogo y la lista de precios. Siempre lo hacía, así que seguí su ejemplo: me llevé un catálogo y dos contactos para visitar. De los dos, me atendió uno. Tuve una reunión para mostrarle los productos, me volví a la Argentina y empezamos a contactarnos para poder exportar lo que yo vendía. En junio de 2000, me propuso venir a Nueva York a tratar de vender los productos que comercializaba en la Argentina. Era una prueba por seis meses”, le cuenta Carlos Barbagallo a Infobae desde su oficina de Nueva Jersey.
En ese momento, Carlos estaba de novio con Noelia García Polín, quien estaba en cuarto año de Medicina, una carrera que nunca llegó a completar por seguir el sueño de quien se convertiría en su marido y padre de sus dos hijas: Luciana (13) e Isabella (10).
“Me vine solo a la oficina central que estaba en Nueva Jersey, y, a los seis meses, ese señor me pidió que me quedara. Cuando llegué, mi inglés era muy básico. Finalmente, en 2002, llegó mi actual esposa y nos quedamos a vivir definitivamente, ambos con visa para poder trabajar”, explica, y revela que, cuando terminó el secundario, solo estudió dos años de comercio exterior.
Trabajó tres años para esa empresa, hasta que finalmente buscó un nuevo rumbo. “Mientras tanto, mi mujer trabajaba en una farmacia, y obtuvo un título en Biología. Así que con su trabajo, la venta de mi auto y los 3.700 dólares que yo había llevado –más algunos ahorros que conseguí juntar en esos tres años– decidimos quedarnos en los Estados Unidos. Me empecé a comunicar con mis contactos de la Argentina y empecé a importar algunos productos de acero inoxidable y de aluminio. Importaba un pallet y lo vendía; después traía dos, y así. Traía macetas... Hasta que en dos años me empecé a estabilizar, en 2007 nació mi primera hija, y un día me llaman de la Argentina para decirme que estaban con muchos problemas por la situación económica del país y que no me podían mandar más mercadería. Entonces, mudé la producción a India, algo que me resultó más económico: podía exportar más cantidades y le vendía a empresas conocidas de acá con la marca de ellos, no con la mía”, afirma.
De ese modo, se mantuvo por algunos años, hasta que el mercado se saturó, empezó a vender menos y tuvo que buscar una alternativa para reemplazar la terminación del metal. Entonces fue a China, donde encontró la tecnología que se aplica en otro tipo de productos –sobre todo en joyería–, y logró colocar dióxido de titanio sobre productos de porcelana, lo que hace que luzca como el metal pero que no se raye ni se opaque ni haya que pulirlo, que pueda usarse en el lavaplatos y hasta permite almacenarse en el freezer.
“Saturado el mercado, en 2015 empezamos a buscar alternativas a los productos de metal, y desarrollamos una tecnología única de titanio sobre porcelana, dándole la terminación de la plata, pero con la conveniencia de ser porcelana. A partir de 2017, cuando lanzamos la primera colección con diseños propios creados junto con mi señora, que se encarga de desarrollar los diseños, cambiamos el mercado de los productos de Silver Finish en los Estados Unidos, y somos conocidos como la empresa que cambió el concepto de Silver Plate. Nuestro slogan es “I can’t believe it’s not metal” (”No puedo creer que no es metal”), detalló.
“En 2016, sacamos nuestra primera línea con unos 15 productos y los vendimos en la primera feria que hicimos. Mi mujer dejó su trabajo en la farmacia, me empezó a ayudar, tomé empleados y nos mudamos al complejo de oficinas en el que trabajo ahora. Empezamos a agregar más productos y fue un éxito, porque es más económico que el aluminio o que cualquier platería, y tiene mucha más cualidades, ya que puede tener terminación dorada y plateada. Empezamos a crecer de un modo impresionante, al punto en que estamos presentes en 3.000 tiendas de los Estados Unidos, vendemos en 50 estados y en 15 países, incluyendo Medio Oriente. También vendemos online: estamos en Amazon”, destacó.
Carlos fundó una empresa, Pampa Bay, que hoy factura varios millones de dólares al año y que consiguió cambiar el mercado del metal en los Estados Unidos. “Introduje un producto que acá no estaba, y creé una categoría nueva dentro del mercado del hogar”, cuenta sobre sus productos para la mesa y de decoración, que empezaron siendo de aluminio y que ahora vende en su versión mejorada de porcelana, con un innovador tratamiento de dióxido de titanio.
Pero no todas fueron rosas en el camino. En 2018, cuando empezó el auge de este producto, la empresa más grande que produce aluminio en los Estados Unidos le inició un juicio, alegando que ellos tenían los derechos. “Seguí vendiendo porque la acusación no tenía ningún sustento, pero el tema terminó con un juicio oral, en diciembre de 2019. Me querían sacar del mercado, pero les gané el juicio de punta a punta. Esa experiencia me hizo crecer mucho, pero no se la deseo a nadie. La jueza tardó un año en dar el veredicto. Eso demuestra el gran movimiento que mi producto hizo en el mercado”, afirmó.
—¿Volvería a vivir a la Argentina?
—Después de tantos años, la parte de extrañar a la Argentina ya pasó. Acá la vida es muy diferente en muchos aspectos. Cambiamos las costumbres y los horarios, porque te invitan a cenar a las 18, aunque nosotros seguimos comiendo más tarde. Vivimos en Nueva Jersey, a 30 kilómetros de Manhattan, en una zona muy linda, tranquila y segura: no se te cruza por la cabeza ponerle una reja a tu casa o tener miedo de salir a la calle y de que te pase algo. Mis hijas salen solas en bicicleta y vuelven sin ningún problema. Ahora ni en Junín podrían hacer eso.
—¿Qué diferencias encontró entre el mercado local y el de los Estados Unidos?
—¡Muchas! El americano es muy práctico para hacer negocios: si le cumplís, le das un buen producto y le enviás lo que le prometiste, no tenés inconvenientes. Lamentablemente, en ningún país que tenga la inestabilidad que tiene la Argentina va a ser posible progresar o desarrollarse. Si no hay un acuerdo político, no creo que se pueda salir adelante. Con respecto a la competencia, este es el mejor mercado del mundo, pero tenés que estar despierto porque te devora. Es el mejor y el mayor mercado, el que tiene el más alto poder adquisitivo y el que tiene el mayor consumo per cápita del mundo... Es un mercado fascinante para un emprendedor, pero también te puede comer vivo. Lo importante es que las reglas del juego están muy claras. Y hay muchísimas maneras de financiar una idea: lo único que necesitás es ordenarte, organizarte y llevar tu proyecto adelante. Es imposible comparar a los Estados Unidos con la Argentina, porque son dos cosas totalmente distintas.
“Ahora, ya estamos trabajando en los productos de 2022: si yo no trabajo por un año, no hay manera de que mis productos lleguen a las ferias. En la Argentina, no se sabe lo que va a pasar en seis meses, porque es muy inestable. Acá, la economía funciona por otro lado muy diferente de la política. Todo se puede llevar adelante. A la Argentina la veo con muy poco futuro. Si gobiernan los mismos o con las mismas ideas –más allá del partido político– es muy difícil llegar a un resultado diferente. Y esos resultados hoy están a la vista. Por eso no me planteo volver: no tendría sentido, y sería muy difícil acostumbrarme”, indicó.
Carlos asegura que Estados Unidos es el paraíso de los emprendedores: “Primero, por la capacidad que tenés para conseguir inversiones, y, segundo, porque estás en el mercado más grande del mundo, en el que todos quieren estar. ¡Acá, el límite es el cielo! Mi negocio –que es online– solo paga impuesto a las ganancias, no hay IVA ni ingresos brutos ni impuesto al cheque... Solo me tengo que ocupar de crecer y no de tener atrás a la AFIP. No obstante, mi llegada no fue simple: vine con 3.700 dólares de ahorros, y ganaba 750 dólares cada dos semanas, más las comisiones. En ese momento no tenía nada que perder”, recordó.
Sus recomendaciones para aquellos que quieren emigrar a los Estados Unidos son sencillas. “No tienen que dudar en venir, pero lo importante es que lo hagan con mucha humildad, porque vienen a un mercado desconocido. Si sos honesto y cumplís con tu palabra, el americano siempre te abre los brazos para hacer negocios. Hablé de humildad porque el tema de ser cancheros, como somos en la Argentina, no existe. No funcionan así las cosas. Lo mejor de vivir acá es que uno puede desarrollarse personalmente, pero también es clave la seguridad cuando salís a la calle, tanto como la seguridad jurídica y la económica. Las tres seguridades funcionan, al igual que las instituciones y la educación pública. Todo está perfectamente organizado y planificado. Compré mi casa hace doce años. Las tasas de interés fueron bajando... Por eso digo, la planificación es fundamental a la hora de poder tomar decisiones”, advirtió. “Estados Unidos necesita continuamente de gente capaz y dedicada; en contrapunto con la Argentina, que no permite que te desarrolles. Acá, el abanico de oportunidades es infinitamente más grande”.
—¿Qué cree que hubiera pasado si se hubiera quedado en nuestro país?
—Seguiría siendo un emprendedor empedernido y me habría golpeado varias veces la cabeza contra la pared. Nunca tuve un peso, pero nunca fui pobre. Siempre me levanté, incluso en un país que no te acompaña, como pasa en la Argentina. Uno tiene que perseguir sus sueños, y si no están en tu país, tenés que encontrarlos en otro lugar del mundo. Es un error resignarse porque la clase política toma decisiones erróneas. Hay que seguir los sueños: nunca es tarde para hacerlo, y no importa en qué país estén.
Finalmente Carlos hace hincapié en el gran pilar que fue su mujer Noelia, quien se encarga de diseñar la mayoría de los 350 productos que hoy se venden por catálogo. “Sin su apoyo, nunca hubiéramos llegado a tanto. Ella resignó ser médica, se mudó conmigo siguiendo mi sueño y, finalmente, terminó siendo el sueño de ambos. Sin ella, nunca podría haberlo hecho posible. Pude cumplir el sueño americano –que siempre es una utopía– pero cuando lo vivís te das cuenta de cómo funciona. Venir con nada, empezar de cero y poder desarrollarte de una manera que es muy difícil de hacer en otra parte del mundo. Y es por eso que a la gran mayoría de los extranjeros nos va bien: porque venimos con una enseñanza de subsistir y la transformamos en una de progresar. Son conceptos totalmente diferentes. En la Argentina subsistimos y acá progresamos, porque todo está solucionado. Sí, sin ninguna duda: yo cumplí el sueño americano”, finalizó.