Alejo Arias González fue detenido acusado de integrar una asociación ilícita de lavado de dinero. El extremo régimen carcelario de El Salvador solo le permite comunicarse con sus padres a través de un intermediario de la embajada.
Duerme en una colchoneta y se volcó a la religión para sobrellevar el día a día.
Alejo Arias González cumplió un año preso en las cárceles de El Salvador, donde cumple prisión preventiva acusado de integrar una asociación ilícita de lavado de dinero. Desde entonces, se comunica con su familia una vez cada dos meses, pero solo a través de unas cartas que transmite un intermediario.
“Hace un año que no escuchamos su voz”, le dijo a TN Mauricio Arias, sobre la dramática situación que vive con su hijo. El sistema es tan frío como administrativo: ellos le mandan cartas al cónsul y él se las lee cuando lo visita en la cárcel, que es una vez cada 60 días y dura poco menos de una hora. Al regreso, el funcionario de Cancillería les envía un comunicado a los padres con un breve comentario de Alejo a modo de carta.
En los mensajes, de formato casi administrativo, Alejo da cuenta de varias cosas: da detalles sobre el estado del penal en el que está, cómo es su día a día, la relación con los otros presos y envía recados a cada uno de sus familiares.
La primera de las cartas a las que tuvo acceso TN la envío en marzo de este año, cuando todavía estaba alojado en el Centro Penal de Jucuapa, donde compartía espacio con presos que forman parte de organizaciones mafiosas.
Allí Arias González denotó su primer acercamiento con la religión, dijo que estaba “entregado a dios” y que pasaba el tiempo libre estudiando inglés y haciendo ejercicios. Sobre su situación en el penal, contó: “Es de cordialidad con otros detenidos, personal de seguridad y autoridades del penal”.
“Manténganse firmes en la oración. Tengo fe en que pronto voy a salir. Extraño los asados de papi, los lomitos de mami y las tortas de Agos”, fue el mensaje que le envió a su familia desde El Salvador.
A su novia le dedicó un mensaje especial, con el que cerró la carta: “Te amo y te pienso cada día. Extraño los paseos que hacíamos juntos, entrenar con vos en el gimnasio y las idas al parque a tomar mate”.
Dos meses después, el 15 de mayo, volvió a comunicarse con su familia, en lo que hasta ahora fue el último contacto que tuvieron. Siempre, a través de un intermediario que le transmite el estado de situación en el que pasa sus días el joven mendocino.