¿Un mundo ideal? El lado B de una cuarentena adolescente

La pandemia golpeó a todos. Primero hubo que cuidar a los adultos mayores de manera prioritaria, luego a los niños. Pero los adolescentes sufren de manera particular. Cómo ayudar y qué tener en cuenta en un momento muy especial.

Estos podrían haber sido perfectamente los deseos que cualquier adolescente le hubiera pedido al genio de la lámpara de Aladino.

  1. Excusas para estar conectados a una pantalla las 24 hs.
  2. No tener que ir al colegio.
  3. Poder dormir hasta tarde.

Claro que cuando la fantasía se volvió realidad, se empezaron a complicar un poco las cosas, y ya no se parecía tanto al “mundo ideal” que imaginaban.

La pandemia atravesó a cada persona, sea cual fuera su edad, estado civil, profesión, etc. A lo mejor, en un primer momento tendimos a creer que los más afectados eran las personas mayores, que además de ser “población de riesgo”, eran quienes tenían menos manejo de la tecnología, herramienta indispensable para nuestra supervivencia en medio del aislamiento social preventivo y obligatorio. Después, pusimos la mirada en los más chiquitos, que sin entender tenían que ponerse el barbijo, embadurnarse con alcohol para ir a hacer las compras, se desconectaron de su jardín, colegio y, sobre todo, de sus amigos.

Los adolescentes, si bien es cierto que restringieron salidas y presencialidad escolar, a primera vista no tenían limitaciones para seguir en contacto permanente con sus pares… “pero si es lo mismo que antes, todo el día en videollamada con amigas”, o “se la pasa jugando a la play día y noche, escucho las risas y gritos de sus amigos“, nos decían los padres en una primera etapa. “Yo la verdad que estoy más tranquilo así, no tengo que acostarme nervioso porque salió, ni levantarme a la madrugada para ir a buscarlos”, “Se acabaron las peleas por los permisos”.

Sin embargo, con el correr de los meses, la cosa fue cambiando

Tristeza oculta

En el pueblo saben que Lucas siempre se prendía en todos los planes, con su guitarra bajo el brazo. Amigos y familia todavía no pueden creer cómo de un día para el otro, este adolescente cerró la puerta de su habitación para no volver a salir. Sus padres al principio celebraban la responsabilidad de Lucas, pero con el correr de las semanas, comenzaron a preocuparse, veían a Lucas cada vez más triste, y esta tristeza se transformó en irritabilidad. En la casa, el clima tampoco era el más agradable, los problemas económicos absorbían todas las conversaciones, pero cuando intentaban tener alguna charla distendida, arrancaba el show de gritos y portazos.

Los padres de Lucas pensaron que el paso del tiempo, iba a hacer que las cosas volvieran a la normalidad. Se cansaron de atender el timbre y el teléfono, y que ante la insistencia de los amigos de Lucas que lo venían a buscar o llamaban para alguna salida, solo recibían un “Deciles que estoy durmiendo” como respuesta.

Ir despacio, si nuestro hijo/a se pasó estos meses encerrado en su cuarto, no pretendamos que de un día para el otro haga los mil y un planes.

 

Como dijimos, ellos también estaban atravesando situaciones difíciles, por lo que había días que se quedaban conversando sobre su preocupación por Lucas, y otros en los que al acostarse, caían en la cuenta que Lucas había estado encerrado en su cuarto toda la semana.

Esta historia, con distintos matices y detalles, se repitió en muchos más hogares de lo que imaginamos. Uno hubiera esperado que cuando se fueron levantando las restricciones, y se habilitaron los programas, los adolescentes hubieran salido todos corriendo de su cueva. Sin embargo, en algunos casos, no fue ni es tan así.

¿Qué podemos hacer los padres? En primer lugar, recordarnos lo importante que es para los chicos el contacto con sus pares. En esta etapa de la vida, es fundamental este compartir, simplemente pasando el rato, y este intercambio tiene un impacto muy fuerte en la construcción de su personalidad.

Ir despacio, si nuestro hijo/a se pasó estos meses encerrado en su cuarto, no pretendamos que de un día para el otro haga los mil y un planes. De a poco, sin atropellar, tratando de ponernos en su lugar.

Las cuestiones de la salud mental, son a veces difíciles de percibir, por eso, aunque no sean exactos los sentimientos y vivencias, nos ayuda imaginarnos cuestiones físicas para tratar de entender mejor. Imaginemos una rehabilitación, alguien que no caminó durante varios meses, si de repente lo saco a correr por el parque probablemente no sea una buena idea. Cuánto mejor será ir paso a paso.

El diálogo es siempre una herramienta fundamental, y aunque nos cueste entender su mundo, simplemente buscar esos espacios para decirle “Estoy acá, intento imaginarme lo mal que te sentís”. Puede servir intentar conectar con alguna situación que hayamos vivido en primera persona, y compartirla.

Por otro lado, gran parte de los adolescentes, presentó arranques de ira o enojo. Tanta frustración sin poder manejarse. Es propio de la edad querer llevarse el mundo por delante, y hacer lo que quiero y cuando quiero. Los adultos a cargo son quienes van marcándoles el camino, y las propias circunstancias son el aprendizaje para ejercer una verdadera libertad.

Proyectos truncados, eventos suspendidos, rituales que desaparecieron, y tantas otras cosas, fueron NO que se impusieron a una generación que no estaba tan acostumbrada a los límites. La tolerancia a la frustración se ejercita desde temprana edad, y siempre estamos a tiempo como adultos de hacer algo al respecto. Pero esto no significa de ninguna manera invalidar su sufrimiento, es muy importante conectar con ellos, y con sus sentimientos, explicando amorosamente aquello que no va a poder ser.

La frustración se cursa, se transcurre, se atraviesa, se siente. A veces somos los portadores obligados como adultos a cargo, en el caso de la pandemia se impuso la realidad, como les ocurrirá tantas otras veces en su vida, y es un gran aprendizaje. Acompañemos el proceso, toleremos con ellos. Hoy, es lo que nos toca.

 

Fuente: mdzol.com

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