Su demonización conduce a la clausura de los arreglos contractuales libres y voluntarios sobre los que descansa la sociedad abierta.
Lo primero es remitir a la etimología. Negocio es no-ocio, el diccionario dice “cualquier ocupación, empleo o trabajo" . En una acepción más amplia refiere a asunto y en una más reducida alude al vínculo con lo crematístico, a la búsqueda de un beneficio monetario. Ahora bien, en la sociedad libre, para subsistir, cada cual se ve obligado a atender las necesidades del prójimo al efecto de poder mejorar su propia situación. De este modo es que se producen todos los bienes y servicios: quienes dan en la tecla con los requerimientos de sus congéneres obtienen ganancias y quienes yerran incurren en quebrantos. Este es el modo de progresar, este es el modo por el cual las sociedades más evolucionadas incrementan su nivel de vida. Por su parte, en este contexto, el monopolio de la fuerza que denominamos gobierno teóricamente se constituye para prevenir y evitar lesiones a los derechos de cada cual.
En un plano más amplio, todo es realizado por el interés personal del sujeto actuante. En este sentido, no hay tal cosa como acción desinteresada. Es una verdad de Perogrullo sostener que quien actúa lo hace inexorablemente porque está en su interés actuar en esa dirección. La Madre Teresa estaba interesada en el cuidado de los leprosos, el que asalta un banco está interesado en que le salga bien el atraco y no ser castigado, el que vende papas está interesado en obtener un beneficio de la transacción, el que compra una bicicleta está interesado en andar en ese adminículo, en fin, en todo está presente el interés personal que en algunos casos puede ser monetario y en otros no-monetario. En algunos casos el fin perseguido es noble y en otros ruin. Se juzga la calidad de las personas por los objetivos a los que apuntan.
En este plano argumental, hay dos ideas erradas que se filtran de contrabando en este análisis. En primer lugar, la gratuidad. Debe comprenderse que nada es gratis, todo tiene un costo. En economía lo llamamos costo de oportunidad para mostrar que cada vez que hacemos algo nos vemos precisados a dejar de hacer lo segundo que en nuestras prioridades hubiéramos hecho lo cual es el costo de la acción. En la vida diaria cuando se afirma que tal o cual cosa debiera entregarse “gratis” debe resultar claro que alguien paga. En este sentido, es frecuente intentar la transformación mágica del aparato estatal en Papá Noel, sin percatarse que siempre es el vecino el que se ve forzado a pagar.
El segundo des-concepto mayúsculo radica en la tergiversación del derecho. Así se proclama el derecho a una vivienda digna, el derecho a hidratos de carbono y vitaminas, el derecho a un salario adecuado, el derecho a la recreación y hasta la sandez del derecho a Internet. Esta vociferación no toma en cuenta que a todo derecho corresponde una obligación. Si una persona obtiene por su trabajo cien en el mercado laboral, hay la obligación universal de respetarle ese ingreso, pero si esa persona pretende doscientos cuando gana cien y el gobierno otorga esa pretensión necesariamente quiere decir que otros estarán forzados a entregar la diferencia con el fruto de sus trabajos, lo cual convierte la operación en un pseudo derecho puesto que lesiona el derecho de esos otros.
Ambas ideas estrafalarias -la de la supuesta gratuidad y la de los pseudo derechos- derriban marcos institucionales civilizados y por tanto perjudican gravemente el bienestar de todos, pero muy especialmente a los más necesitados puesto que el derroche en lugar del aprovechamiento de los siempre escasos recursos atenta contra los ingresos y salarios en términos reales de modo más contundente en los marginales ya que las tasas de capitalización disminuyen.
En esta nota periodística centro la atención en el tema de los médicos, servicios de salud, vacunas, laboratorios y equivalentes que con un alto grado de cinismo se pretende que vivan del aire sin cobrar por sus servicios mientras que los que reclaman semejante actitud se dedican a sus negocios particulares. Esto sin duda no descarta para nada las muy meritorias obras filantrópicas que mantienen un estrecho correlato con los climas de libertad. Para observar estas obras por doquier no hay más que recorrer Estados Unidos, situación que no existe en Cuba donde se disfraza de “Estado Benefactor”, una contradicción en los términos ya que, por definición, el aparato de la fuerza no puede hacer beneficencia o caridad que significa entregar recursos propios de modo voluntario. Si asalto a mis vecinos y entrego el botín a otros no he realizado un acto caritativo ni una muestra de solidaridad sino que he cometido un atraco.
Entre muchos otros, John Chamberlin en su ensayo titulado “La enfermedad de la medicina socializada” pone de manifiesto los rotundos fracasos de los países nórdicos y otros en la medida de haber introducido los aparatos estatales en la salud y como han debido retroceder abruptamente en esa decisión política. En este sentido, por ejemplo, hay un libro -desafortunadamente no traducido al castellano- en el que publican veintiún profesionales meticulosos trabajos sobre los graves y muy alarmantes problemas que invariablemente se suscitan en ámbitos de la salud estatal. La obra lleva el sugestivo título de Politicized Medicine y está editada por la Foundation for Economic Education.
En ningún momento lo dicho significa dejar de reconocer el valiosísimo esfuerzo y notable capacidad de médicas, médicos, enfermeras y enfermeros en los centros de salud estatales. De lo que se trata es de entender el tema decisivo de los incentivos y de la “tragedia de los comunes” que invariablemente irrumpe pues lo que es de todos no es de nadie, no es la misma actitud cuando uno debe hacerse cargo de las cuentas que cuando se obliga a terceros a pagarlas. En los ensayos antes mencionados y en muchos otros en la misma línea se subraya el mencionado rol fundamentalisimo de los incentivos en el contexto de las permanentes faltas de insumos, de equipos y de recursos en general en medio de los habituales y extenuantes pedidos de turnos por parte de pacientes, los déficit que refleja la gestión y el consiguiente pedido de fondos a la administración gubernamental y la situación muchas veces lamentable de los edificios, todo lo cual no ocurre en sanatorios privados pues el emprendimiento que no es apoyado por la gente desaparece.
Entonces, lo que debería hacerse es vender todos los centros de salud estatales, eventualmente al mismo equipo de médicas, médicos y personal administrativo que los operan con todas las facilidades posibles. La politización y el uso de la fuerza no debiera tener lugar en un área tan delicada e importante. Me imagino que no se intentará argumentar el absurdo de no proceder en consecuencia porque otros no lo hacen, salvando las distancias es similar a cuando se sostenía la imperiosa necesidad de abolir la esclavitud se respondía que en el planeta ese sistema estuvo extendido por miles y miles de años. El enredo con el statu quo no puede conducir al embotamiento mental de esa magnitud. Ningún progreso hubiera existido si no hubiera habido un primero que se salió de lo habitual y cuestionó lo existente.
Y para las personas con problemas de salud pero sin los ingresos suficientes, como una medida de transición, hasta que puedan adoptarse otras medidas de fondo, aplicar los vouchers, es decir créditos a cargo de terceros para que estos pacientes puedan hacerse atender eficientemente. Hay aquí un non sequitur, a saber: del hecho de que unos deban financiar la salud de otros no se desprende que deban existir centros de salud estatales puesto que el paciente seleccionará la entidad privada que más le resulte. Subsidiar la demanda en lugar de hacerlo con la oferta cambia radicalmente el cuadro de situación pues todos los incentivos de la gestión modifican su rumbo por lo antedicho de la tragedia de los comunes (una denominación moderna que la bautizó así Garret Hardin en la revista Science pero que en la práctica se remonta a Aristóteles en su refutación al comunismo de Platón).
La medicina no opera de modo independiente a la naturaleza de las cosas, los precios son señales insustituibles para conocer dónde invertir y dónde desinvertir. En una pandemia lo peor es que los gobiernos intenten controlar precios pues el resultado indefectible es el faltante del medicamento o servicio en cuestión. Al establecer por la fuerza precios menores a los de mercado la demanda aumenta y la oferta se contrae. Idéntico fenómeno ocurre con las mutuales de medicina o los servicios médicos en general, con el agravante que se pretende incorporar por la fuerza a candidatos que no han aportado al servicio lo cual desmorona toda la idea del seguro. Estos problemas agudos irrumpen debido a la antes señalada incomprensión del derecho y de la falsa gratuidad y, además, cuando aparece un procedimiento novedoso los aparatos estatales habitualmente achatan los precios lo cual demora el resultado y en algunos casos elimina la beneficiosa novedad.
En otros términos, del hecho que haya médicas y médicos que atiendan a pacientes sin pretender retribución monetaria, como queda consignado, no se sigue que sea una profesión que deba vivir del aire. Reiteramos la hipocresía de quienes se dedican a sus negocios personales y pretenden gratuidad de los facultativos. También revela gran hipocresía el demandar atención sin cargo “por la importancia de los derechos humanos” mientras muchos avalan y suscriben la exterminación de vida humana en el seno materno con la inaudita pretensión de violentar el juramento hipocrático, que además pretenden que se los paguen otros por la fuerza con el fruto de sus trabajos.
Seguramente imbuido de las mejore intenciones y propósitos el Papa Francisco nuevamente la emprendió contra el mercado en su Misa del 24 de diciembre del corriente año en la que rogó para que “la ley del mercado no impida que las vacunas lleguen a todos”, lo cual revela la superlativa incomprensión del significado del proceso del mercado y lo devastador de imitar las recetas estatistas de aquellas republiquetas africanas y equivalentes donde la enfermedad y las hambrunas son moneda corriente por desconocer el mercado que es otra forma de decir que deben desconocerse los requerimientos de la gente. Antes este Papa, entre tantos denuestos contra los fundamentos de la sociedad libre, se había referido al dinero “como el estiércol del diablo” sin prestar atención a la incoherencia del tradicionalmente corrupto Banco del Vaticano. En el campo de la salud es como ha reiterado, entre otros, el distinguido médico-psiquiatra y profesor emérito.
En resumen, la demonización del negocio conduce a la clausura de arreglos contractuales libres y voluntarios sobre los que descansa la sociedad abierta, lo cual no significa desconocer que también hay trampas y fraudes en el sector privado que deben castigarse en el ámbito de la Justicia, pero la solución no consiste en eliminar incentivos para el progreso, del mismo modo que no sería sensato eliminar los automóviles con la idea de evitar accidentes de tránsito. Una vez más subrayamos que en el ámbito de la trampa y el fraude se encuentran aquellos que la juegan de empresarios pero que basan sus operaciones en el privilegio, la dádiva y los mercados cautivos fruto de sus alianzas hediondas con el poder de turno con lo que explotan miserablemente a sus congéneres, sea en al área médica con apariencia de obras sociales o con cualquier otro disfraz o en cualquier área que sea hay que bloquearles el camino a estos asaltantes. Estos no son negocios sino negociados que naturalmente su perversión los convierte en una naturaleza completamente distinta
La generosidad sólo tiene lugar con lo propio, sin propiedad privada no hay tal cosa como generosidad. La prolongación de la vida y la calidad de la misma son el resultado directo de la medicina y la investigación médica en la medida en que han podido desenvolverse en un clima de libertad. Recordemos también la formidable faena que han realizado tantos profesionales de la medicina en el área de las ciencias sociales, como ha sido el caso del que fuera nada menos que padre del liberalismo: el médico John Locke.