Atrás quedaron los tiempos en que IG era un espacio para ver fotos de tus amigos, de a poco ha ido sumando cada vez más publicidad y videos de gente desconocida. Frente a ese panorama, los más jóvenes -la GenZ, menores de 25 años- se han ido inclinando por BeReal, con la premisa de mostrarse menos artificiales, es decir, más "reales".
Una vez más, Instagram fue acusado de estar queriéndose copiar de otra aplicación: la red social BeReal, creada en el 2019 por los empleados de GoPro Alexis Barreyat y Kévin Perreau. Sin embargo, no es la primera vez que la app de la camarita fue señalada de “copiona”.
Mientras que esta plataforma diluye su identidad al tratar de imitar a cualquiera que le haga sombra, su CEO está enfureciendo a los creadores de contenido por mostrar en el feed cada vez más publicidad y videos de gente desconocida.
Atrás quedaron los tiempos en que IG era una red para ver fotos de tus amigos. Paralelamente, BeReal o Dispo están haciendo su propio camino y escalando entre los usuarios más jóvenes que buscan una premisa simple: mostrarse menos artificiales y “sin filtros”. ¿Por qué cada vez más gente se vuelca a estos espacios 2.0 más “auténticos”? ¿Se está planteando un nuevo paradigma respecto al uso de estos espacios? ¿Podrá IG emularlos?
Estamos viviendo una guerra sin precedentes en el mundo de las redes sociales y todas las batallas son por el mismo y codiciado botín: nuestra atención. Y, como en todo conflicto bélico, el fin justifica los medios. Por eso, las apps están dispuestas a todo con tal de seguir posicionándose en el prime time de nuestras pantallas.
Desde que Facebook redefinió globalmente la forma de usar internet, desplazando a páginas como MySpace y Fotolog, otras plataformas buscaron posicionarse entre nuestro menú de aplicaciones sociales afianzando un perfil propio. Por ejemplo Instagram, que fue fundada en el 2010 y atrajo a millones de usuarios con una propuesta clara: ser el lugar para compartir fotografías.
Sin embargo, desde que fue adquirido por Meta en el 2021 fue mutando hacia transformarse en un espacio social atravesado por una impronta aspiracional, donde nadie quiere “quedarse afuera de” una tendencia, un estilo de vida, una idea de éxito, tener cierto tipo de cuerpo, etc. Esto forjó no solo un lenguaje y nuevas categorías, como la de “influencer”, sino que también nuevas formas de subjetividades alineadas con estos discursos.
La fotografía amateur, como expresión artística, pasó a un segundo plano y se convirtió en una plataforma donde los usuarios construyen su identidad virtual a través del contenido visual que comparten, que en general está altamente curado, filtrado, editado y producido. No es casual que el neologismo “instagrameable” haya surgido para describir a todos esos momentos y cosas que se ven “fotogénicas” y seguramente cosechen una buena cantidad de likes.
Pero Instagram no hubiese llegado a ser una de las apps más descargadas del mundo si no hubiese “incorporado” a su catálogo funcionalidades de otras plataformas en ascenso. De Snapchat se “robó” los filtros y se inspiró para lanzar las stories, que son imágenes o videos breves que desaparecen en 24 horas. Un par de años después, cuando TikTok generó una migración masiva de usuarios a esta página de videos cortos, en Meta sonaron todas las alarmas y, rápidamente, lanzaron los reels, que son básicamente lo mismo.
Recientemente, el tiránico algoritmo de Instagram pasó por el escarnio público cuando el CEO de esta app anunció que los reels tendrán más visibilidad frente a las fotos y, por otro lado, los usuarios estarían expuestos a más “contenido sugerido” en su feed: es decir, publicidades y posts de gente que no están siguiendo.
Esto hizo que personas como las famosísimas Kardashian iniciaran una denuncia pública para mostrar su descontento por estos nuevos cambios, donde se quejaron de que IG “dejó de ser lo que era”. Esta proclama es fácilmente comprobable: al tratar de emular otras apps, introducir reformas que nadie pidió y hacer que cada vez sea más difícil ver lo que uno realmente espera encontrar, perdió su identidad original.
De todas formas, esta controversia no impide que siga asimilando a sus features características de las apps que le pisan los talones, como ahora está ocurriendo con BeReal. Esta plataforma de origen francés, que es un boom absoluto entre los GenZ, tiene una premisa clara: frente a las redes que se fundan en el retoque y lo artificioso, propone una mirada más “auténtica” donde uno pueda compartir con sus amigos y amigas su día a día sin filtros (literalmente hablando). Así como los tuits no pueden ser corregidos (por ahora), los posts de BeReal no pueden ser editados.
La dinámica es sencilla: a todas y todos los usuarios les llega al mismo tiempo una notificación en un momento aleatorio del día y tienen solo dos minutos para sacarse una foto y subirla a esta red. Esto significa que tienen casi nada de tiempo para buscar una iluminación favorecedora o poner en práctica alguna estrategia para salir mejor.
Al mismo tiempo, tiene otra peculiaridad: muestra de forma sincrónica lo que captan ambas cámaras de del teléfono. De esta manera, evidencia dónde estaba la persona cuando se sacó esa foto y se orienta hacia una experiencia más casual y espontánea, donde lo central es compartir lo que se está haciendo, sin poses mega producidas ni edición a posteriori.
Sin embargo, hecha la ley, hecha la trampa: ya hay quienes inventaron artilugios para lucir más fotogénicos a pesar de estas condiciones que propone la página. A su vez, podemos pensar si su funcionamiento no reproduce, con otras reglas, una nueva exigencia contemporánea: estar siempre “disponibles” para aparecer en pantalla y alimentar cierta expectativa voyeurista del resto de la audiencia. En otras palabras: seguir sometiéndose a la demanda de las redes y sus reglas. Por otro lado esta app aún no tiene publicidad, pero está recaudando un aluvión de datos de usuarios que, como bien sabemos, son el petróleo del Siglo 21 y es posible que después los moneticen de alguna u otra forma.
Como era de esperar, cuando BeReal este año empezó a despuntar entre los más jóvenes y a crecer a un ritmo vertiginoso, Instagram introdujo discretamente “Dual”, una función que busca hacer lo mismo que su contraparte francesa: que los usuarios puedan mostrar de forma simultánea lo que capturan la cámara posterior y frontal del celular.
Sin embargo, no logra darle en el clavo con el motivo por el cual esta app se hizo tan popular: que mucha gente se resiste a tener que exhibir constantemente un mundo propio “ficticio” y completamente estetizado para IG y prefieren ver contenido menos forzado y más “real”. (Aunque, sin dudas, podemos problematizar las tensiones de la noción de “realidad” en torno esto). Tal vez por eso otras apps como Dispo, que recupera la magia de las cámaras de rollo permitiendo sacar fotos que recién se pueden ver al día siguiente, están tomando impulso.
La repetición constante de imágenes densamente editadas y producidas genera una sintaxis, un lenguaje y una mirada sobre el mundo. Una geografía que refuerza cánones de belleza tiranos, expectativas irreales y escenarios aspiracionales que pueden traducirse en comparaciones odiosas y en una sensación generalizada de vacío. Instagram es adictivo, sí, pero ¿realmente deja una experiencia feliz?
En septiembre del año pasado, Meta volvió a estar en el ojo de la tormenta cuando una ex empleada de la compañía filtró que la empresa sabía que el uso de IG dispara entre las adolescentes desórdenes alimenticios, pero que no están haciendo lo suficiente para frenar ese fenómeno. Según la Asociación Americana de Psicología, por otro lado, “distintos estudios han relacionado a Instagram con la depresión, las preocupaciones sobre la imagen corporal, los problemas de autoestima, y la ansiedad social. Por su diseño, la aplicación aprovecha el impulso biológico de pertenencia social de los usuarios y los empuja a seguir desplazándose” a través de la pantalla.
Los GenZ, que ahora tienen menos de 25 años, tal vez no recuerden un pasado que no esté mediado por internet o por las redes sociales. Esto implica una exposición, desde que son apenas niños, a la dinámica 2.0 y a los sentidos que construye. Tal vez por eso son ellos quienes están más ávidos de romper con esta lógica y encontrar otras narrativas posibles.
Esto significa recuperar lo que era IG en sus comienzos: un espacio para ver lo que comparten tus amigos, sin tanta publicidad, reels, algoritmos tiránicos o tener que navegar entre miles de fotos que parecen sacadas de una producción de moda.
No sabemos si BeReal destronará a este gigante o si cambiará el paradigma con respecto al contenido que se consume y difunde en las redes, pero quizás su premisa da cuenta que cada vez son más los usuarios jóvenes que priorizan las experiencias auténticas por sobre las dignas “de ser compartidas en IG”.