Un nuevo estudio revela que los pacientes que cursaron un cuadro leve de la enfermedad sufren síntomas cognitivos durante meses. Algunos son similares a los que causa una conmoción cerebral.
En el otoño, cuando contrajo un caso leve de COVID-19, Samar Khan esperaba recuperarse y regresar a su dinámica vida anterior en Chicago. Después de todo, sólo tenía 25 años y era una persona sana.
Pero semanas después, según explicó, "comenzó a aparecer una extraña constelación de síntomas”.
Khan tenía visión borrosa rodeada de extraños halos. Tenía zumbidos en los oídos y todo empezó a oler a cigarrillo o desinfectante. Empezó a sentir hormigueo en una pierna y las manos le temblaban cuando se pintaba los ojos con delineador.
También experimentó una "niebla mental muy intensa”, dijo. Al tratar de concentrarse en una llamada de su trabajo en servicios financieros, Khan sintió como si acabara de salir de una anestesia. Y durante un debate sobre política que tuvo con su esposo, Zayd Hayani, “no recordaba lo que estaba intentando decir o cuál era su postura”, comentó.
Para fin de año, Khan había sido derivada a un consultorio especializado en síntomas neurológicos relacionados con el COVID-19 perteneciente al Northwestern Memorial Hospital de Chicago, que está evaluando y asesorando a cientos de personas de todo el país con problemas similares.
El consultorio, que atiende a unos 60 nuevos pacientes por mes, en forma presencial y por telemedicina, ha publicado el primer estudio centrado en los síntomas neurológicos de largo plazo en personas que nunca tuvieron un caso de COVID-19 tan grave en el aspecto físico como para necesitar internación, como ocurrió con Khan.
El estudio de cien pacientes de 21 estados, publicado el 23 de marzo en The Annals of Clinical and Translational Neurology, encontró que el 85% de ellos experimentaron cuatro o más problemas neurológicos como confusión mental, dolores de cabeza, hormigueo, dolor muscular y mareos.
“Estamos viendo que a personas que son individuos muy funcionales, acostumbrados a realizar múltiples tareas al mismo tiempo de manera constante y que están en la plenitud de sus capacidades, de repente todo les cuesta”, señaló el Dr. Igor J. Koralnik, jefe de enfermedades neuroinfecciosas y neurología global de Northwestern Medicine, que dirige el consultorio y es el autor principal del estudio.
El informe, en el cual la edad promedio de los pacientes fue de 43 años, pone de relieve el dato novedoso de que, para muchas personas, el COVID-19 prolongado puede ser peor que las manifestaciones iniciales del contagio. El motivo es la compleja y persistente serie de síntomas que experimentan.
Este mes, un estudio que analizó registros médicos electrónicos de California descubrió que casi un tercio de las personas que sufren de síntomas prolongados de COVID-19 -como dificultad para respirar, tos y dolor abdominal- no tuvieron ninguna manifestación de la enfermedad en los primeros diez días tras haber dado positivo de coronavirus. Encuestas realizadas por grupos de pacientes también revelaron que muchos sobrevivientes de COVID-19 con síntomas de largo plazo nunca fueron hospitalizados por la enfermedad.
En el estudio de Northwestern, muchos experimentaron síntomas que fluctuaron o persistieron durante meses. La mayoría mejoró con el tiempo, pero la variación fue grande.
“Algunas personas están recuperadas en un 95% después de dos meses; mientras que otras, tras nueve meses, sólo tienen un 10% de recuperación”, dijo Koralnik. Los pacientes estimaron que cinco meses después de contraer el virus, se sentían recuperados en sólo un 64%.
En todo el país, los médicos que tratan a personas con síntomas neurológicos posteriores al COVID-19 afirman que las conclusiones del estudio reflejan lo que han visto.
“Debemos tomar esto en serio”, dijo la Dra. Kathleen Bell, presidenta del departamento de Medicina Física y Rehabilitación del Southwestern Medical Center de la Universidad de Texas, que no participó en el nuevo estudio.
“Podemos dejar que las personas empeoren y la situación se complique más o podemos darnos cuenta de que tenemos una crisis”.
Bell y Koralnik dijeron que muchos de los síntomas se parecían a los de personas que habían tenido conmoción cerebral o lesiones cerebrales traumáticas o que habían experimentado “niebla mental” tras recibir quimioterapia.
En el caso del COVID-19, dijo Bell, los expertos creen que los síntomas son resultado de “una reacción inflamatoria al virus” que puede afectar tanto al cerebro como al resto del cuerpo. Y, según Bell, es lógico que algunas personas experimenten múltiples síntomas neurológicos al mismo tiempo o en cúmulos, porque “el cerebro tiene un espacio limitado y hay mucho solapamiento” en las regiones responsables de diferentes funciones cerebrales.
“Si uno tiene alteraciones inflamatorias, bien podría experimentar efectos cognitivos y efectos emocionales. Es muy difícil tener un problema neurológico sin tener varios”, detalló.
La Dra. Allison P. Navis, especialista en enfermedades neuroinfecciosas del Sistema de Salud del Hospital Mount Sinai de Nueva York, que no participó en el estudio, señaló que alrededor del 75% de sus 200 pacientes post-COVID experimentaban problemas como "depresión, ansiedad, irritabilidad o algunos síntomas del estado de ánimo".
Los participantes en el estudio en su gran mayoría eran blancos y el 70% eran mujeres. Navis y otros dijeron que la falta de diversidad probablemente reflejaba la demografía de las personas que pudieron buscar atención relativamente temprano en la pandemia y no el espectro completo de personas afectadas por síntomas neurológicos post-COVID.
"Especialmente en la ciudad de Nueva York, la mayoría de los pacientes que enfermaron de COVID son personas de color y pacientes de Medicaid, y esos no son los pacientes que uno ve en el centro post-COVID -sostuvo Navis-. La mayoría son blancos y a menudo tienen seguro de salud privado. Creo que tenemos que averiguar un poco más sobre lo que está pasando con esas disparidades: si hay simplemente falta de acceso o se están descartando los síntomas en las personas de color o si se trata de otra cosa”.
Koralnik reveló que, en el estudio de Northwestern, debido a la dificultad de hacer testeos de coronavirus al comienzo de la pandemia, sólo la mitad de los participantes había dado positivo de coronavirus, pero todos tenían los síntomas físicos iniciales del COVID-19. El estudio halló muy pocas diferencias entre los que dieron positivo y los que no. Koralnik señaló que los que dieron negativo tendían a contactar al consultorio alrededor de un mes más tarde en el curso de la enfermedad que los que dieron positivo, posiblemente porque algunos habían pasado semanas siendo evaluados o tratando de que otros médicos atendieran sus problemas.
Khan estuvo entre los participantes con resultado negativo del test de coronavirus, pero dijo que luego dio positivo en la prueba de anticuerpos, lo que demuestra que estuvo infectada.
Otro participante en el estudio, Eddie Palacios (50), un agente inmobiliario de propiedades comerciales que vive en Naperville, un suburbio de Chicago, dio positivo en los tests de detección del coronavirus en otoño y sólo experimentó dolor de cabeza y pérdida del gusto y el olfato. Pero "un mes después, las cosas cambiaron", dijo.
"Estaba limpiando los desagües y olvidé dónde estaba, olvidé lo que estaba haciendo en el techo", contó Palacios. Cuando lo recordó, añadió, la idea de hacer "algo tan sencillo como subirse a una escalera se convirtió de repente en una montaña".
También tuvo complicaciones en su trabajo. "Mis clientes me daban datos como un código de acceso o una dirección y no podía recordarlos", sostuvo.
Sobre la primera cita en el consultorio de Northwestern, Palacios relató: "Hice los tests cognitivos y no pasé ninguno. En una nueva visita, hizo otra batería de pruebas. "Tampoco me fue muy bien", dijo.
Palacios fue remitido a un programa de rehabilitación cognitiva de Chicago que desde hace mucho ayuda a los pacientes a desarrollar estrategias para gestionar y mejorar las dificultades cognitivas, organizativas y de memoria. Pero no fue, dijo, porque "se me olvidó por completo". Ahora piensa ir.
En el estudio de Northwestern, el 43% de los pacientes había tenido depresión antes de tener COVID-19, el 16% había tenido enfermedades autoinmunes previas y el mismo porcentaje de pacientes tenía enfermedades pulmonares previas o había tenido problemas de insomnio.
Los expertos advirtieron que, como el estudio es relativamente pequeño, estos trastornos preexistentes podrían o no ser representativos de todos los pacientes de largo plazo.
"Todos estamos viendo partes muy pequeñas del elefante en lo que hace al grupo que sufrió COVID prolongado", dijo Bell. "Algunos estamos viendo la cola; otros, la trompa".
Además de los síntomas neurológicos, el 85% de los pacientes sufría fatiga y casi la mitad tenía dificultad para respirar. Algunos también tenían dolor de pecho, síntomas gastrointestinales o frecuencia cardíaca o presión arterial variables. Casi la mitad de los participantes sufría depresión o ansiedad.
Khan dijo haber experimentado "palpitaciones si me levantaba a abrir las cortinas". El cardiólogo dijo que era la quinta persona joven anteriormente sana que llegaba a la consulta esa semana. Al principio, la fatiga era tan grave que dar dos o tres vueltas a su apartamento de 56 metros cuadrados la agotaba para el resto del día. Además, dijo tener "fluctuaciones del estado de ánimo muy intensas que no parecen mías".
"Al despertarme cada día en este cuerpo, a veces la esperanza me parece un poco peligrosa", dijo Khan, que pronto comenzará el programa de rehabilitación cognitiva. "Tengo que preguntarme: ¿Voy a recuperarme o simplemente voy a ver cómo vivir con mi nuevo cerebro?"