En el país viven hoy 300 mil habitantes en cuyo origen familiar hubo personas negras y muchos desconocen sus raíces. Una iniciativa turística en buenos Aires propone cambiar la mirada. ¿Por qué no hay "negros" en Argentina?
“Yo sabía que era afrodescendiente, pero hasta mi adolescencia me consideré blanca”, dice Julia Cohen Ribeiro, parada en la esquina de Defensa y San Lorenzo, la coordenada exacta donde arranca el“Afrotour”: un proyecto turístico que busca revisar la idea de que en la Argentina no hay personas negras. “Fue todo un camino hasta que pude apropiarme de mi historia e identidad: hay una negación consciente y otra inconsciente que influyen en cómo te ves y en cómo te ven los demás”, agrega Julia, cineasta y directora de turismo afro de Lunfarda Travel, la agencia que está detrás de esta propuesta que incluye un intenso recorrido de tres horas y media por el barrio de San Telmo.
Julia enfatiza que “lo que buscamos es expandir las fronteras del afroturismo y sus implicancias políticas, culturales y educativas”. Este proyecto, que ya tiene cuatro años y se lleva a cabo el primer sábado de cada mes, recibe principalmente a turistas extranjeros -aunque también suelen sumarse argentinos-, y es una forma de conocer de cerca la rica y compleja historia de la comunidad afrodescendiente en el país. “Todavía recibimos gente a la que le dijeron en otros tours que no hay negros en el país… por eso buscamos incorporar lo no contado”, explica. ¿Por qué se ha instalado esta idea de forma generalizada en la Argentina? Julia recurre al censo de 1778 para abrir el debate: Buenos Aires tenía el 32,8% de afros, Córdoba llegó a tener el 60% de afrodescendientes y otras provincias tenían una gran presencia, como Tucumán y Santiago del Estero. Y agrega otro dato impactante: “A partir del 1600 aparece la mayor población de negros, al puerto de Buenos Aires ingresaron 200 mil piezas, pero una pieza podía ser una persona o un grupo de personas (un niño y un anciano, por ejemplo); entonces creemos que el número era mayor”.
“Yo sabía que era afrodescendiente, pero hasta mi adolescencia me consideré blanca”
JULIA COHEN RIBEIRO, CINEASTA Y DIRECTORA DE TURISMO AFRO
Que murieron en las guerras de la Independencia y en la del Paraguay y que desaparecieron con la epidemia de fiebre amarilla. Estas dos afirmaciones son parte de una respuesta habitual de por qué en la Argentina no resulta evidente la presencia de personas con ascendencia afro. Pero la explicación es un poco más profunda, y compleja. “Por un lado, hay que decir que hay algo de verdad en esos supuestos del sentido común”, concede Julia. “Muchos fueron a las guerras bajo promesa de libertad, en la primera línea de combate, con una boleadora: de ahí proviene la palabra boludo. Después tenemos la cuestión de la fiebre amarilla, que también está relacionada con la expansión de Buenos Aires”, continúa. En 1871, con la primera epidemia registrada en el país, Buenos Aires perdió casi el 10% de la población. “Las familias ricas se fueron hacia ‘el campo’, en Retiro y Recoleta; las mansiones del centro se dividieron en partes y se convirtieron en conventillos, donde la epidemia pegó muy fuerte. Myriam Gómez, activista y referente afro, dice que la primera política pública de la Argentina fue someter a cuarentena a las personas negras, que eran culpadas de traer al país la fiebre amarilla”, aporta Julia.
Felipe Pigna señala en su sitio El Historiador otro motivo que no suele mencionarse a menudo: “La baja tasa de natalidad entre la población de origen africano, tanto esclava como liberta, y su altísima tasa de mortalidad, no solo como producto de guerras o brotes epidémicos, sino en situaciones ‘normales’”. Y agrega, sobre las razones de esta situación: “El grado de explotación a que se veían sometidos, las restricciones a su libertad (incluso en el caso de los libertos) y, en consecuencia, las pésimas condiciones de vida”. En ese contexto, reconstruye Pigna, “los amos evitaban a toda costa el casamiento de un esclavo, al igual que el embarazo de una esclava, con el argumento de que esto le impedía ‘prestar todos los servicios para que fuera comprada’; a los amos les resultaba más ‘económico’ reemplazar con nuevas importaciones de seres humanos la escasez de nacimientos y la alta proporción de muertes”. En 1813, luego del impulso de la Revolución de Mayo, se aprobó la ley de libertad de vientres, según la cual “los niños que nacen en todo el territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata serán considerados y tenidos por libres”. Y recién con la Constitución de 1853, se promulgó la definitiva libertad de todos los esclavos.
Aquí surge otro aporte. Según la historiadora Mirta Goldberg, la abolición de la esclavitud “frena el ingreso de esclavos”, que se suma a “la alta mortalidad de este segmento de la población y a las guerras de independencia”. Y todo esto, “necesariamente lleva a la desaparición por mestizaje”. El consenso es que el golpe de gracia, en definitiva, fue la llegada masiva de inmigrantes europeos, a partir de 1830. “Cuando llegaron esas seis millones de personas, en este territorio había dos millones de habitantes, entre negros, criollos y originarios. Entonces, es matemática pura. La mayoría de los nuevos migrantes eran blancos, con lo cual esa mezcla dio como resultado una población emblanquecida. Hay muchas personas afrodescendientes que son blancas y que desconocen su origen: es algo que toma dos o tres generaciones”, explica Julia. Esta realidad es lo que muestra el último censo. Hoy en día, Argentina tiene un 97% de población que respondió considerarse blanca. Así y todo, 300 mil personas dijeron ser afrodescendientes, el doble que en el censo de 2010. Hasta el censo pasado, en 2022, la pregunta no estaba incluida de forma obligatoria. “En la medición previa de 2010, se incluyó una primera consulta, pero no estaba en todos los formularios y estuvo orientada a algunos barrios de determinados conglomerados urbanos”, aclara Julia. La comunidad hizo un trabajo muy fuerte para alcanzar este logro. Y el Afrotour es parte de ese proceso, todavía en marcha.
El relato inicial de este recorrido comienza en el corazón de San Telmo, un barrio que, a pesar de su gentrificación, sigue resonando con la presencia del candombe y las historias de resistencia afro. “Venimos a San Telmo, que, de alguna forma, sigue siendo un barrio negro”, explica Julia. La primera parada es la Casa Mínima, en San Lorenzo 380, un inmueble que tiene además una singularidad muy peculiar: es la casa más angosta de Buenos Aires. Julia rebate la idea común de que se trató simplemente de la primera propiedad alquilada por una persona negra libre. Según su propia investigación, en realidad era un sitio de relevancia para la comunidad: “Fue también conocida como casa de los negros, un lugar de encuentro donde se juntaban a tocar sus tambores y hablaban en su idioma, llamado también Nación o Tambo”, añade. La reconstrucción de la historia afrodescendiente en Argentina no es tarea fácil. La mayoría de los registros oficiales se limita a la época postcolonial, y mucho se ha perdido u omitido en los documentos históricos. Sin embargo, lograron lo impensable: sobrevivir a los intentos de silenciarla. Así aparece, con esa fuerza arrolladora, la historia de María Remedios del Valle, capitana del Ejército de la Independencia.
Ese proceso de reconstrucción histórica es prácticamente imposible para otras familias de la comunidad. Jes Lamadrid, sexta generación de afrodescendientes en el país, artista y activista, comparte cómo su familia logró rastrear su árbol genealógico hasta un acta de bautismo de 1816: “Antes de eso no hay registro porque previamente no eran consideradas personas. Lo que sabemos por transmisión oral es que nuestra familia vino a Buenos Aires desde Tucumán y que nuestro apellido, Lamadrid, es una modificación del apellido de nuestro esclavista, el general Aráoz de Lamadrid”, revela. Cuando estas personas dejaban de ser esclavos, se les otorgaba el apellido ligeramente modificado del esclavista, especialmente para que no hubiera reclamos de herencia.
“Reconocerme afrodescendiente, como una persona negra, desde un orgullo individual y colectivo, es un trabajo muy largo y duro.”
JES LAMADRID, ARTISTA Y ACTIVISTA.
Para ella, el arte, la actuación y la educación son herramientas poderosas para desafiar los estereotipos y construir nuevas narrativas. “Apuesto a creaciones étnicas antirracistas, apuesto a que los afrodescendientes podamos hacer lo que nos propongamos y no lo que nos dijeron que teníamos que hacer”, subraya Jes, quien además actúa en la obra de teatro “Afroargentinas”, en el Páramo Cultural.
La música, en particular, ha sido una forma de celebración constante para la comunidad afroargentina. Y un cruce con algo tan caro al sentir argentino: el tango. Un mural hecho con mosaicos, firmado por Dominique, ubicado sobre la calle Balcarce entre Estados Unidos y Carlos Calvo, es la excusa para que Julia retome la cuestión. “El tango primitivo viene del toque de tambor del que nace el candombe y la milonga”, dice, antes de profundizar entre diversas teorías que vinculan la palabra con distintas vertientes de la cultura afro, y de remarcar la figura de Gabino Ezeiza, uno de los payadores más importantes de la historia argentina. Yael Martínez, conocido como "el Bonga", asegura que la música fue siempre una forma de sostener su identidad. “Por suerte el empoderamiento que mi familia me transmitió me facilitó el sentirme orgulloso”, explica. Yael trabaja justamente con el candombe para educar y concientizar sobre la historia y la cultura afrodescendiente en Argentina. En la esquina de Balcarce y Carlos Calvo, un mural de George Floyd -asesinado por la policía en la ciudad estadounidense de Minneapolis- es el pie para hablar de racismo y violencia institucional. “Yo siempre escuché que en la Argentina no hay racismo porque no hay negros… una frase que se cancela a sí misma”, dice Julia, mientras hace un repaso de las burlas habituales que padecen las personas negras en el país.
Para Yael, “en la Argentina no es sencillo hablar de racismo ya que el concepto de negro está complejamente atravesado no solo por las identidades étnico raciales, sino también por cuestiones ideológicas y socioeconómicas”. En la galería del Viejo Hotel, en Balcarce al 1053, un antiguo conventillo reconvertido, está ubicado el café y restaurante El Patio de Cabo Verde, donde Julia aprovecha para contar acerca de la rica historia de los inmigrantes caboverdianos en la Argentina, que llegaron al país a principios del siglo XX y crearon asociaciones mutuales -como La Unión de Cabo Verde y la Asociación Cultural y Deportiva Caboverdeana- que siguen activas al día de hoy.
El recorrido continúa por la Casa de los Ezeiza, en la calle Defensa 1179, una casona de estilo italiano, que fue abandonada por la familia luego de la explosión de la epidemia por la fiebre amarilla. “Esta casa fue también reconvertida en un conventillo y acá podemos imaginarnos cómo era esa mezcla que se produjo en estos lugares, donde llegaban personas desde Europa buscando un sitio económico para vivir, y donde se produjo un cruce cultural de idiomas y músicas, como el vals y el candombe”, aporta Julia. Muchas personas se enteran durante el recorrido que la palabra quilombo proviene de la denominación de los lugares de resistencia que personas negras esclavizadas armaban para escapar de la opresión, aunque aquí fue incorporada como una connotación negativa. “Tratamos de difundir el origen de la palabra, que es algo relacionado con la libertad”, dice Julia. O también de la existencia de Antonio Gonzaga, gran cocinero argentino, cuando ser cocinero no era algo de estatus, sino que estaba ligado a la servidumbre. Gonzaga fue chef de grandes hoteles y del Congreso Nacional. Cuando vino Theodore Roosevelt al país, le hizo un asado. Fue quien popularizó las achuras, que era lo que comía la comunidad porque era el desecho. Escribió un libro, El cocinero práctico argentino, donde están todas las recetas que había aprendido de sus antepasados y de lo que había adquirido de vivir en los conventillos.
Un alto en la Iglesia San Pedro Telmo, ubicada en Humberto 1º 340 y construida en 1734, es la excusa para hablar San Martín de Porres, el primer santo mulato de América, y que tiene su representación en esta capilla: una pequeña escultura, donde se lo ve con su escoba y rodeado de animales. Así, buceando entre referencias escondidas en rincones de esta porción de la ciudad, gracias a propuestas creativas como el Afrotour, la comunidad afrodescendiente sostiene a flote un legado que comenzó a gestarse en el origen mismo de la historia argentina, pero que estuvo atravesada por regímenes esclavistas y deshumanizantes. Como señala Jes Lamadrid, “ser afro en este país es una lucha y un orgullo”. Y no es para menos. En su huella puede rastrearse el sentir popular argentino: la Independencia, el tango, el lunfardo, y hasta el asado.