Es la llave para desatar todo el proceso de deuda, pero la negociación está trabada
WASHINGTON.- Gerry Rice, director de Comunicaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), se acostumbró a responder preguntas de la Argentina en cada una de sus conferencias de prensa, que ofrece dos veces al mes. Rice suele calificar el diálogo con el gobierno de Alberto Fernández como “productivo”, “constructivo” o “fluido”, y siempre evita hablar sobre las internas en el oficialismo.
La última vez, cuando le preguntaron si el acuerdo podía llegar pronto, Rice reiteró que las discusiones continuaban de manera “constructiva”, y remarcó, al igual que en ocasiones anteriores: “No tengo fechas específicas”. El Club de Paris exige que haya un acuerdo con el FMI para refinanciar su deuda. Pero las discusiones con el Fondo han mostrado escasos avances, pese a los diálogos “constructivos”.
El panorama de la negociación cambió muy poco desde principios de este año: en Estados Unidos esperan que, salvo algún imprevisto que acelere los tiempos, el acuerdo llegue después de las elecciones. El principal obstáculo aparece en Buenos Aires, en las internas y las premuras políticas del Frente de Todos, y no en las eventuales exigencias que puedan surgir desde Washington.
El ministro de Economía, Martín Guzmán, mantiene líneas abiertas con Julie Kozack y Luis Cubeddu, los dos funcionarios del staff del FMI a cargo de la Argentina, desde principios de 2020, cuando se reunió por primera vez cara a cara ya como funcionario en el consulado argentino en Nueva York.
Guzmán trazó una hoja de ruta que contemplaba, primero, una auditoría a la economía argentina a través de una misión del artículo IV, y luego el diseño de un nuevo programa a diez años para refinanciar la devolución de los 45.000 millones de dólares que tomó el gobierno de Mauricio Macri. Ninguna ocurrió.
El Presidente Alberto Fernández dijo que quiere un acuerdo pronto, pero nada se mueve. Su gira por Europa y su encuentro en Roma con la directora Gerente del FMI, Kristalina Georgieva, dejaron sobradas muestras de buena voluntad en el mundo desarrollado para facilitarle a la Argentina una salida al embrollo de la deuda, apuntalada por las urgencias de la pandemia del coronavirus.
Pero la agenda del FMI y de la Argentina aparece, por ahora, vacía: no está prevista ninguna nueva misión, ni del staff a Buenos Aires, o de Guzmán a Washington.
La descripción más cándida de las discusiones la brindó Alejandro Werner, el saliente director del Hemisferio Occidental del Fondo, y uno de los arquitectos del programa de 2018 que firmó Macri, a principios de abril, en un encuentro organizado por Standard & Poor’s.
Werner indicó que el Fondo estaba listo para avanzar, pero que las negociaciones se habían estirado más de lo previsto, y que parecía haber “diferencias significativas” en el oficialismo, y que la lectura en el organismo era que el Gobierno prefería esperar hasta después de las elecciones.
Elecciones
Esa estrategia, jamás reconocida oficialmente, planteó otra pregunta: si, después de las legislativas, en las que podría cambiar el control del Congreso, el gobierno de Alberto Fernández tendrá más o menos capital político, o más o menos voluntad para cerrar un programa sólido, o si, por el contrario, el desenlace será un plan “lavado” que perpetúe las dificultades del país.
Mientras tanto el Gobierno ha logrado tejer un buen vínculo con la Casa Blanca de Joe Biden, quien debe brindar un respaldo vital en la negociación con el Fondo. Si Guzmán –que parece más cómodo con Kozack y de Cubeddu que con algunos de sus propios funcionarios y socios políticos– mantiene las líneas abiertas con el Fondo, el embajador argentino, Jorge Argüello, lo hace con el gobierno de Biden y con el Congreso.
Las señales que han surgido de Washington y de otras capitales apuntan a un camino sin obstáculos hacia un acuerdo. El mundo ya tiene suficientes problemas. Pero en Buenos Aires estallan mensajes tóxicos.
La debilidad de Guzmán inquieta a quienes siguen al país. El Fondo ha remarcado que es su interlocutor. La proclama kirchnerista del 25 de Mayo terminó de revelar las tensiones y las internas ya inocultables en el oficialismo, pero además mostró un lenguaje más áspero, con un guiño a un default, que Alberto Fernández rechaza.
El manifiesto K fue leído entre paréntesis como un mensaje interno en un año electoral, pero, así y todo, generó ruido y alejó la posibilidad de un acuerdo antes de las elecciones, ya languideciente. Ahora, la próxima palabra la tiene el Club de París.