La pandemia del COVID-19 hizo que una gran porción de los trabajadores norteamericanos estén reevaluando sus opciones. Flexibilidad, home office y mejor remuneración, entre los reclamos.
“Necesito pagar las facturas, así que tengo que trabajar pero ahora creo que el trabajo tiene que adaptarse a la vida, no la vida al trabajo”, dispara Jonathan Caballero, desarrollador de software de Hyattsville (Maryland). “La pandemia cambió mi mentalidad, ahora valoro mucho mi tiempo”, dice… Caballero es uno de los millones que decidió no volver a su trabajo cuando la presencialidad se hizo obligatoria. En Estados Unidos, el fenómeno -que parece acelerarse- fue bautizado como la “Gran Renuncia”.
Es que un récord de 4,3 millones de trabajadores estadounidenses renunciaron a su empleo en agosto, según los últimos datos del Departamento de Trabajo de los EEUU, cifra que se amplía a 20 millones si se mide hasta abril.
Muchas de estas renuncias se produjeron en los sectores del comercio minorista y la hotelería, con empleados que optaron por abandonar trabajos difíciles y mal pagados. Pero las renuncias abarcan un amplio espectro de la mano de obra estadounidense, ya que los cierres de la pandemia -y el tortuoso camino hacia la recuperación- sigue alimentando lo que el escritor de Atlantic Derek Thompson ha descrito como “un momento centrífugo en la historia económica estadounidense”.
Ahora, las empresas se enfrentan a la escasez de personal mientras que la experiencia de una emergencia de salud pública sostenida ha llevado a millones de estadounidenses a reevaluar sus opciones laborales.
Estas estadísticas pueden parecer desconcertantes. Tras meses de incertidumbre económica y pandémica, las cosas por fin mejoran: las escuelas volvieron a abrir, la vacuna está ampliamente disponible, las empresas se expanden y la economía repunta. Pero, según los expertos laborales, este panorama optimista no tiene en cuenta el estado de ánimo de los norteamericanos, que están simplemente agotados…
“Los empleados no quieren volver a trabajos agotadores o aburridos, con salarios bajos y de mierda”, explicó a Time Robert Reich, ex secretario de Trabajo de la Administración Clinton. “Los trabajadores están quemados. Están hartos. Están fritos. Después de tantas dificultades, enfermedades y muertes durante el año pasado, no van a aguantar más”.
“Esta pandemia lleva tanto tiempo que está afectando a la gente mental y físicamente”, dijo Danny Nelms, presidente de la consultora Work Institute, al Wall Street Journal. “Todo eso hace que la gente siga reflexionando sobre su vida, su carrera y su trabajo. Si a eso le añadimos más de 10 millones de vacantes, si quiero ir a hacer algo diferente, no es terriblemente difícil hacerlo”.
Mark Zandi, economista jefe de Moody’s Analytics, afirmó a Time que se crearon las condiciones para que los trabajadores ejerzan presión sobre sus empleadores: “Ahora estamos viendo un mercado laboral ajustado y las perspectivas son cada vez más claras de que va a seguir ajustado. Ahora va a ser un mercado de trabajadores, y ellos están empoderados. Creo que están empezando a flexionar su músculo colectivo”.
Anthony Klotz, profesor asociado de gestión en la Universidad de Texas A&M, que acuñó el término “Gran Renuncia” para describir este mercado laboral en ciernes, afirma que las tendencias pueden tener un lado positivo. Pueden obligar a las empresas no sólo a subir los salarios y aumentar las prestaciones, sino también a ofrecer más flexibilidad para atraer y retener a la mano de obra.
“Se habla de que la gente quiere más flexibilidad después de la pandemia”, dice Klotz. “Aquí hay una oportunidad para que las organizaciones se reúnan con los trabajadores que tienen que trabajar de forma presencial y digan: ‘Dentro de las limitaciones de nuestro negocio, obviamente subamos los salarios y los beneficios, pero también pensemos en la flexibilidad de forma más innovadora’”.
Según una encuesta de The Conference Board, los millennials cuestionan la conveniencia de volver a la oficina más que las generaciones mayores, con un 55% de millenials que expresan su preocupación por trabajar de forma presencial, frente al 45% de los participantes de la Generación X y el 36% de los baby boomers.
LOS SECTORES MÁS AFECTADOS
Tras 26 años en el sector gastronómico, Jeremy Golembiewski dejó su trabajo como director general de un local de desayunos en San Diego. La pandemia tuvo mucho que ver. El trabajo se había vuelto demasiado estresante, marcado por la escasez de personal y las constantes batallas con los clientes desenmascarados. Contrajo el COVID-19 y lo llevó a casa a su mujer y a su suegro.
Cuando en diciembre pasado California entró en un periodo de confinamiento por segunda vez, Golembiewski tuvo que elegir entre trabajar seis días a la semana o tomar un permiso. Se acogió al permiso. Fue una decisión fácil.
En los meses siguientes, contó a NPR, su vida cambió. Pasaba el tiempo haciendo cosas divertidas, como montar una sala de juegos en su garaje para sus dos hijos pequeños y cocinar la cena para la familia. A sus 42 años, se hizo una idea de lo que podría ser la vida si no tuviera que trabajar entre 50 y 60 horas a la semana en el restaurante y perderse la cena de Acción de Gracias y la mañana de Navidad con su familia.
“Quiero ver cómo se iluminan las caras de mis hijos de 1 y 5 años cuando salen y ven el árbol y todos los regalos que me he pasado seis horas por la noche montando y sacando”, dice Golembiewski, que consiguió su primer trabajo en un restaurante a los 16 años como lavaplatos en la cadena Big Boy de Michigan.
Así que, en lugar de volver al trabajo tras el permiso, Golembiewski dimitió, poniendo fin a su larga carrera y a los cheques de desempleo que le proporcionaron un colchón para pensar en lo que hará después. Con ahorros suficientes para uno o dos meses, está afinando su currículum, trabajando en sus habilidades de mecanografía y empezando a hacer entrevistas para trabajos que son nuevos para él: venta al por menor, seguros, carga de datos. Lo único que tiene claro es que quiere trabajar 40 horas semanales.
Como Golembiewski, más de 740.000 personas renunciaron en abril a puestos del sector del ocio y la hostelería, que incluye empleos en hoteles, bares y restaurantes, parques temáticos y otros lugares de ocio. De hecho, aproximadamente el 40% de las renuncias en EEUU pertenecen a los sectores de gastronomía, hostelería, comercios, fábricas y sanidad. Esta gente se enfrenta a horarios largos y cambiantes, a comportamientos groseros de los clientes, a salarios bajos y a un alto nivel de estrés.
La “Gran Renuncia” en Estados Unidos fue precedida por un estancamiento mucho mayor -de décadas, podría decirse- de los salarios y beneficios de los trabajadores. En los puestos de trabajo más bajos, los ingresos no han seguido el ritmo de la inflación, mientras que el trabajo se hacía más informal y precario.
Los activistas de los derechos de los trabajadores ven ahora un momento vital para corregir el rumbo. El mes de octubre ha sido un mes de gran importancia para los trabajadores organizados de Estados Unidos, con grandes huelgas en varios sectores del país.
LA PANDEMIA HIZO REALIDAD LA ANHELADA FLEXIBILIDAD
La gran migración al trabajo remoto en la pandemia también ha tenido un profundo impacto en la forma en que la gente piensa sobre cuándo y dónde quiere trabajar.
“Hemos cambiado. El trabajo ha cambiado. La forma de pensar sobre el tiempo y el espacio ha cambiado”, explicó a NPR Tsedal Neeley, profesor de la Harvard Business School y autor del libro Remote Work Revolution: Succeeding From Anywhere (La revolución del trabajo a distancia: Triunfar desde cualquier lugar). Los trabajadores anhelan ahora la flexibilidad que les proporciona la pandemia, algo que antes era inalcanzable, afirma.
Los empleados reclaman acuerdos de trabajo flexibles, opciones remotas, jornadas laborales más cortas basadas en la producción y el rendimiento en lugar de en el tiempo de trabajo, semanas laborales de cuatro días y la libertad de no estar encadenado a un escritorio diez horas al día con un jefe micromanager y un largo viaje al trabajo.
De hecho, los profesionales de “cuello blanco” también han reevaluado su vida laboral y han decidido que es hora de cambiar. Hay una nueva dinámica en juego. Antes se veía el trabajo como una tarea necesaria para ganar un sueldo. Se vivía para trabajar. Ahora se quiere más.
Este grupo está reimaginando su vida laboral y se mudan - o buscan mudarse- a un sector diferente que ofrezca oportunidades de crecimiento y satisfacción laboral. Muchos, de hecho, se reinventaron a sí mismos como propietarios de negocios o inversionistas de acciones.
“Creo que la pandemia ha permitido ganar tiempo para pensar en lo que realmente quieres”, explica Alyssa Casey, una investigadora del gobierno federal que hace años fantaseaba con dejar Washington D.C. para irse a Illinois, para estar cerca de sus padres y hermanos. Y cuando el año pasado la pandemia puso todo en suspenso, ella y su marido alquilaron una casa en Illinois y formaron una burbuja pandémica con su extensa familia.
Las restricciones se levantaron pero algo cambió, ahora están seguros de que quieren quedarse en Illinois, aunque tenga que dejar su trabajo...
LA EXPULSIÓN DE LAS MUJERES DEL MERCADO LABORAL
Casi 1,8 millones de mujeres han abandonado la población activa en medio de la pandemia en EEUU y ahora se enfrentan a la posibilidad de volver a trabajar en un panorama muy diferente, en el que algunos trabajos han desaparecido, otros son vulnerables a la automatización y casi todos implican algún nivel de riesgo para la salud.
Según revela Politico, en junio pasado el 57,5% de las mujeres mayores de 20 años participaban en la población activa de EEUU, lo que supone un descenso respecto al 59,2% de febrero de 2020 y un nivel que, incluso después de meses de mejora, sigue siendo el más bajo en más de 30 años.
Los economistas advierten que la participación de las mujeres en la fuerza de trabajo en Estados Unidos ha estado estancada durante décadas, desde el 2000, un fenómeno que demuestra que incluso antes de la pandemia, las mujeres trabajadoras necesitaban más apoyos sociales de los que estaban disponibles. Sin embargo, la pandemia supuso un golpe contundente.
Las madres de todo el espectro de ingresos se han visto obligadas a asumir responsabilidades adicionales en el cuidado de los niños, ya que las escuelas y las guarderías habían cerrado. Y algunas mujeres con mayores ingresos se están trasladando a zonas con un coste de vida más bajo -lo que permite a las familias biparentales justificar la reducción de sus ingresos- u optan por interrumpir o reducir sus carreras.
Las consecuencias no son solo personales o un retroceso en la igualdad de género y la independencia económica, los economistas norteamericanos advierten que si las mujeres no vuelven a trabajar los efectos perjudiciales se trasladarán indefectiblemente a la economía en general.
Según expertos de Universidad de Akron, cada aumento del 10% en el número de mujeres que trabajan se asocia a un incremento del 5% en los salarios de todos los trabajadores, ya que la productividad global de la mano de obra aumenta. Y la equiparación del empleo en función del género añadió casi USD 500.000 millones al PIB estadounidense en 2019, según concluyó el Banco de la Reserva Federal de San Francisco en un informe a principios de este año.
UN FENÓMENO QUE SE EXTIENDE AL MUNDO
En la Europa occidental socialdemócrata se experimenta menos de desorden en la mano de obra pero hay tendencias similares: “Los datos cotejados por la OCDE, que agrupa a la mayoría de las democracias industriales avanzadas, muestran que en sus 38 países miembros trabajan unas 20 millones de personas menos que antes de la aparición del coronavirus”, señala Politico Europe. “De ellas, 14 millones han salido del mercado laboral y están clasificadas como ‘no trabajando’ y ‘no buscando trabajo’. Y en comparación con 2019, hay 3 millones más de jóvenes que no tienen empleo, educación o formación.”
En agosto pasado, un tercio de las empresas alemanas informaron de la escasez de trabajadores calificados. Y en octubre, Detlef Scheele, director de la Agencia Federal de Empleo de Alemania, declaró al periódico Süddeutsche Zeitung que el país necesitaría importar 400.000 trabajadores calificados al año para compensar las carencias en una serie de sectores, desde los cuidados de enfermería hasta las empresas de tecnología verde.
The Washington Post explica que en las diversas economías de Asia también se multiplican las renuncias. China está viendo su propia versión de la “Gran Renuncia”, con una generación de trabajadores más jóvenes desencantados con sus perspectivas y desanimados por los salarios relativamente bajos en los centros de fabricación que impulsaron el ascenso económico del país. Las autoridades de Pekín advierten de la creciente escasez de trabajadores calificados en su crucial industria tecnológica, un reto para los dirigentes chinos en su intento de orientar la economía nacional hacia sectores más calificados. Y a medida que la demanda mundial se recupera, las fábricas chinas comienzan a sentir la escasez de mano de obra.